Es posible que una de las mejores descripciones acerca de un problema sea por parte de quienes lo han tenido y han aprendido a salvarlo.
Una de las cualidades humanas es poder abstraerse de la realidad e inclusive, lograr aproximarse a una situación dando uso de esta característica. Pero, claramente la complejidad de posibilidades que se desprenden de un problema son mejor entendidos por quienes han debido lidiar con ellos.
La experiencia, es el resultado de este quehacer humano, que en su momento fue considerado con gran valía, pero en el tiempo por diversas razones ha perdido su cotización. En una buena porción porque hay otras características a las que se les ha otorgado mayor calificación.
En mi avanzada niñez y temprana juventud siempre me sentí inquieta por el “mundo adulto”. Intermitentemente mi cerebro se abrumaba porque tenía ese pensamiento latente, que mientras me perdía en mis juegos despreocupados de niña en algún momento tendría que asumir ser parte de ese mundo y sentía angustia.
La niñez y sus cosas eran entendibles, era entendible evitar las cosas que mamá decía no había que tocar, porque sabías por experiencia que en tus manos se rompían y la sensación cuando eso pasaba era como un frío que te recorría y llegaba a tu cara como un ahogo, no era grato y no querías volver a sentirlo, tampoco la desesperación que te daba ya no poder hacer nada al respecto.
Era fácil de entender que el tiempo era una tarde de calor y juegos con agua, que parecía extenderse, era como un elástico que estiraba y se hacía eterno ese momento.
Con los deberes, si bien las horas eran tantas y pasaban con tanta ventaja, siempre terminabas con todo en la última hora o minutos, pero siempre llegabas a tiempo.
Sabías que ante un olvido siempre alguien te ayudaba con el cuaderno que no habías llevado, que sino alguien te prestaría unas hojas y tomarías tus notas. Había y no había razones para estar preocupada.
Pero, el “mundo adulto” me preocupaba, más aún cuando veía a mis hermanos y nunca me hablaban de aquello, me sentía muy sola en esto, en esa sensación de ese mundo tan lejano y tan ajeno, donde parecía nunca ibas a poder encajar, porque no sabías si ibas a estar a la altura. Cuando escuchabas la respuesta exacta, la frase ingeniosa que te hacía pensar y sonreír, cuando en pocas palabras alguien expresaba con claridad aquello que aunque usaras muchas palabras no podías hacer entender.
Admiraba al “mundo adulto”, pero me era ajeno. Sentía que era mucho para mí y me daba mucho miedo saber que algún día me exigirían ser esa persona clara, madura, comprensiva, cálida y sonriente que te llamaba tanto la atención. Esa persona que no necesariamente era fuerte físicamente, sino que parecía poder con todo, tener una comprensión infinita y que siempre podía brindar contención.
Admirabas a esas personas y me asustaba, me asustaba no poder llegar a ser así.
Al crecer me encontré en mi proceso con esa otra gente que no me gustaba, que me asustaba y que me hacía sentir mal: gente hosca, que parecía siempre estar molesta por algo, agresiva, siempre pendiente de si tropezabas para insultarte, de realzar tus errores, de agrandar situaciones, de burlarse cuando te desesperabas y llorabas de impotencia, de corregir cada palabra mal dicha con impertinencia y de forma irascible, que te presionaba para que tomaras decisiones sobre cosas que no entendías. Algo había en esas personas, algo que no entendía, cualquiera podría decir que les gustaba hacerle la vida imposible al resto, pero tampoco se les veía felices, no les entendía…
Era niña y no logré entender a tiempo, si fuera hoy me habría alejado de esa gente lo más lejos, pero eres niña e inexperta y terminas por hacer lo que esta gente parece querer obligarte para evitar sus rabias y te quedas en la creencia que tal vez puedes evitar estas situaciones. Y no… hoy me doy cuenta que detrás del mal hay como se ha dicho el vacío banal, un sin contexto, no hay razones, ni sentidos, no hay nada… sólo un espacio en blanco, donde el sinsentido rebota por las paredes como la sala de un sanatorio ¡y aún en aquel lugar hay motivos!
Eso siempre será desconcertante en cierta medida, pero con el tiempo he decidido no gastar mi tiempo en tareas absurdas, como laberintos que entran nuevamente en él, sin respuestas, sin misterios ni salidas al final, siendo siempre tiempo perdido en lo mismo y volver a empezar.
Era niña e inexperta y ellos hablaban fuerte y con autoridad, les hice caso por un tiempo pero sucedió lo que era obvio: me hicieron daño, pero siempre estuve en duda, no fui soberbia, nunca sentí que tenía todas las respuestas y eso me ayudó, porque empecé a dudar y como bien dice: “Pero si alguno de vosotros se ve falto de sabiduría, que la pida a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada”.
No sé cómo fue, es todo admirable y extraño, tal vez mi desesperación fue escuchada… y desde entonces, me siento agradecida.
No he llegado ni cerca a esa gente a quien admiraba, que te conmovía hasta las lágrimas con su inteligencia y bondad, pero ya no soy niña y hoy soy parte del “mundo adulto”, he tenido que luchar peleas gigantes y he estado obligada a estar a la altura, he tenido que aconsejar, he tenido que dar pero también no hacerlo más, he tenido que proteger a pesar del temor y he tenido que sacar de donde no había, hay cosas que pude hacerlas mucho mejor pero también puedo entender que la vida es un proceso y tal como la receta en el horno se quema si no se llega a tiempo, que la desesperación deja que no se hornee y tenga el justo sabor, que a veces no sabemos al respecto pero algo debemos aprender para salir adelante.
Y hoy entiendo un poco mejor a esa gente, que me lleva años luz por delante, hoy puedo entender un poco más sus motivaciones y sus actos nobles, puedo entender que la única posibilidad que la humanidad avance es a través de sus actos reales de bondad no de palabras, de hechos reales de bondad y no demostraciones para la pantalla, en la real compresión y entrega no en la repetición y el acomodo, pues es en el amor real en el que se halla felicidad, pues la bondad real es la que produce confianza y en la confianza se puede avanzar.
Hoy estoy, en parte por la confianza en que lo que aprendí tiene valor, que la experiencia de esos hombres y mujeres de bien tiene valor, que sus vidas también fueron un proceso, que venía de antes, de años de historia, de años de experiencia y error, de años de aprendizaje de esos errores, que la mayor parte de las veces la insolencia de la inexperiencia es sólo intrepidez.
Me di cuenta que mis dudas me hicieron “no actuar antes de tener certeza de lo que hacía” y que esas recomendaciones antiguas “ante la duda abstente” eran ciertas. Dudé y no tuve valor de actuar cuando mi rabia me podía, dudé y cuando vi que había otras formas me pregunté si las mías serían las correctas, dudé y estuve durante períodos largos abierta a otras cosas, cosas que fueron pérdida de tiempo y otras que no, me equivoqué y vagué, perdí mi identidad y hubo tiempo en que me sentí perdida. Cuando no sabía qué camino tomar y quedé inmovilizada ante la vida, cuando ya no me gustaba quien era, cuando sentí que sólo era “algo” y lo detestaba, sólo seguí sin saber dónde iba y no sé cuándo sucedió, nunca me di cuenta cuándo, sólo un día ya no era como antes, sólo un día parecía todo tan claro.
La vida es el proceso justo, que inicia cuando nos damos cuenta de ello, cuando decimos: “momento, momento no estoy entendiendo, algo aquí no me parece y no estoy dispuesta a seguir como si supiera lo que estoy haciendo”, “momento, necesito tiempo para entender esta situación, no necesito ser apurada porque aún no estoy ahí y si sólo obedezco puedo lamentarlo”.
Naces, el bebé no conoce al niño, el niño no conoce al adolescente pero sí conoce al bebé. El adolescente se encierra en sí mismo y en su momento, no quiere reconocer al bebé y al niño y reniega del adulto. El joven va con intensidad y deseo y termina por romperse, no sabe que más adelante viene el adulto y cree que llegar ahí es su fin. El adulto llega y mira su pasado con comprensión y ternura, ya no tiene el ímpetu juvenil pero su mente está en plena euforia. El anciano llega y se hunde en un mar de olas de sensaciones que van y vienen, como si el tiempo no existiera.
La muerte llega y vuelven esas tardes de niñez, mueres y el tiempo se hace eterno... |