El adjetivo, cuando no da vida, mata
Vicente Huidobro
¿Me pregunto por qué aún me pregunto por qué?
¿por qué razón, por qué motivo, por qué?
Si la respuesta me es tan indiferente,
tanto cuanto la enconada cuestión abierta,
razón tan razonable que debería darme la paz.
Ajeno a dudas, incertezas o cavilaciones,
quiero dejar atrás los puntos de interrogación,
la angustiante sensación de incompletud
que me niega siempre descubrir la verdad,
último bastión de mi utópica esperanza.
Alzar el estandarte de mi irrelevante victoria,
anuncio y proclama de una falaz exégesis
que sostiene mi compartida creencia engañosa,
convicción estéril forjada a fuego lento,
no es esa la meta que procuran mis sueños.
Ya no creo que me crea mis propias palabras,
convivientes argumentos, serías tesis,
forjado credo que me sustenta y me ampara
sin saber muy bien el sentido de mi dogma,
del axioma que se anticipa a mis dudas.
No dudo nunca de mis buenas intenciones,
el selecto discurso para apaciguar mi alma,
me atemoriza contrariar mis razonamientos.
Yo mismo me invito a conocerme mejor
y gentilmente recuso siempre la invitación.
Sé que sé bien más de lo que me digo,
amarrado a un honesto silencio protector,
vigilante y observador mi atento ángel tutelar
me mantiene al margen de mí mismo,
ilusión que acalla la pregunta que me persigue.
No me voy a reconciliar con quién velado
se oculta en su trucada y subliminar consciencia,
la represiva ideología para un falso mesianismo,
que amable se atavía con mis propias vestes
y nunca responde a mi eterna pregunta.
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