Se levanta ya tarde, abre las cortinas de su habitación, ríe con infinito deleite al ver correr a sus pequeños nietos. Muy en su interior, está consciente de que la vida se le está agotando. A la hora del desayuno le llegó un aire de inspiración y un sentimiento de nostalgia. “Me entusiasma saber que gracias al talento de sus madres tienen una infancia feliz, cuando tengan doce años empezarán a tener un cambio hormonal en su cuerpo, dejarán de ser niños, conocerán más gente aparte de su familia, verán contrastes, confrontaran situaciones, tal vez no llegue a verlos a esa edad”. Conforme iba hablado se notaba algo de adolescencia abandonada.
Hay un dios secundario… ¡Ya papá por favor!, no sigas cambiemos de tema, no es el momento. Se queda por unos instantes callado, considera que no es el tiempo de contradecir a su querida hija estando presente sus hijos. Pide una disculpa y se aleja del comedor, baja las escalinatas de la casa y se dirige hacia el inmenso jardín que siempre lo reconforta cuando se presenta una situación difícil.
Es alcanzado por unos dedos de una mano suave, pequeña, que sin decir palabra alguna, lo toma de la mano, lo acompaña jovialmente. El leve roce de la pequeña mano infantil lo consuela, ambos continúan su andar. Sintió ese algo de cariño mutuo donde sobran las palabras.
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