Llovió toda la noche, sin embargo, ella salió a barrer la calle. Con esa batola transparente cualquiera se detenía a mirar su cuerpo, así lo tildaran de voyerista. No había basura por barrer, solo un pájaro moribundo en la acera de su casa. Ella lo tomó entre sus manos y le dio un soplo de vida para que reanudara el vuelo. Al comienzo, el pájaro sintió que sus alas eran de piedra. El pájaro sintió mucho frío. Ella lo abrigó entre sus pechos. Al cabo de varios minutos empezó a trinar, en medio de la vía láctea, cualquiera habría hecho lo mismo. Ella lo sacó de sus pechos, sin apretarlo. El pájaro salió volando de inmediato.
Ella siguió barriendo la calle, a pesar que no había basura. De repente volvió a llover, pero siguió barriendo esta vez la lluvia que le acariciaba el alma. La lluvia se hizo más intensa, ella rogó para que no amainará, sino para que arreciara. La batola húmeda se pegó a su cuerpo. La lluvia se deslizaba por sus pechos, por sus cabellos rubios, por su espalda, sus glúteos, sus piernas. La lluvia la mojó toda, al punto de sentir un placer que hacía rato no había sentido. Ella también fluyó de placer, al evocar a su amor ausente. Un chorrito de semen se deslizó por sus piernas, hasta que llegó al suelo. Ahí estuvo solo un instante porque la lluvia se lo llevó calle abajo.
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