Desde que supe de los eventos astronómicos que se producirían este mes, comparé tal situación con los hipotéticos encuentros que podrían producirse con personajes con los que jamás me he topado, pese a saber de su existencia. Si bien es cierto que las conjunciones de los astros no son otra cosa que una suerte de ilusión óptica, un “beso” entre la luna y Mercurio, por ejemplo, es más bien un dibujo romántico que distrae la inconmensurable distancia que los separa. En el plano cotidiano, estas conjunciones son más probables, un escritor afamado puede rozar nuestros dedos al autografiarnos el libro de su autoría recién adquirido, los fans que alargan las extremidades más allá de sus posibilidades para rozar el halo de sus cantantes favoritos, y los hinchas que palmotean las espaldas transpiradas de sus ídolos deportivos.
Pero nada de todo lo narrado se compara con lo acontecido a la abuela materna de mi esposa. Mujer humilde y trabajadora, desde temprana edad se ganó la vida en todo tipo de ocupaciones. Una de ellas, fue la de ser niñera de don Jorge Alessandri, devenido años más tarde en el presidente de la República. No ser el mandatario, polvo de estrellas que con los años se transformaría en un astro imponente. Ella, muchachita habilidosa en cuanto menester fuera necesario realizar para ganarse el pan, polvo estelar que no trascendería demasiado, acaso un asteroide, un planetoide oscuro, un cometa intrascendente.
Los años transcurrieron en este espacio tiempo terrenal, uno, empinándose paso a paso hacia el importante destino trazado, ella, concentrada en sus labores domésticas, de platos y de costuras, enhebrando en sus manos la vida, los vestidos para su nieta, las caricias. Pero la edad se le metió en los huesos y fue el motor para demandar lo que ya le correspondía. Y parada en la hilacha, como siempre lo fue, se puso su mejor tenida y se dirigió al Palacio de La Moneda. Allí, la detuvo un funcionario y cuando ella le respondió que iba a ver al presidente, quiso la fortuna, o mejor dicho, la tardía conjunción entre dos seres sometidos a destinos tan disímiles, que en ese preciso momento se cruzó con ellos don Jorge Alessandri, quien a viva voz gritó: -¡Negra! ¿Qué andas haciendo por estos lados?
Y ella aturdida, asorochada por la situación, le tendió su mano, pero el mandatario fue más allá y la abrazó emocionado. Recuerdos, sonrisas y besos sinceros rubricaron tal encuentro y ni un mes alcanzó a transcurrir antes que la señora recibiera su primer pago como persona emérita.
Y bueno, esta conjunción, encuentro o como quiera que se llame, fue una caricia real entre un astro de gran envergadura y una humilde pero digna piedrecilla errante. Algo tan real, como yo, en estos momentos, desvelado a las tres de la mañana aguardando el inusitado “encuentro” entre nuestro satélite natural y Júpiter, el gaseoso e inconmensurable planeta.
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