Yo me escribo a mí mismo
intentando burlar al destino,
recreo mi tiempo con una íntima lírica
para buscar, con mi creatividad,
una imagen que me revele mi propio ser.
Entre epítetos, adjetivos e indulgencias
deshago esa forjada persona,
que debo ser y no siempre acepto,
con poesías que me subliman,
que permiten que mi alter ego aflore.
En diálogo franco con mis anhelos,
esta intrépida poesía, sincera, soñadora
pierde el miedo a exponerse,
sin dudas y sin estériles reticencias,
sin falaces idealizaciones catárticas.
Solo mi propio procaz atrevimiento,
desbocado, sin miedo e impávido,
que un día ya se movió a alcohol,
me aleja de mí, me barroquiza
y me devuelve en enriquecedor contraste.
Entre el yo que irremediablemente soy
y el yo que desesperadamente quiero ser,
el sueño despierto y la onírica realidad
hay un irreconocible sentir sin compunción
que quiere componer mi sereno retrato.
Yo me escribo a mí mismo,
en irreverente escrito atemporal,
en la suma de todos los tiempos
para jugar el segundo tiempo
sabiendo de antemano el resultado.
No le voy a pedir a la vida
más de lo que quiera ofrecerme,
pero, impenitente sí le voy a rogar
que no me coloque límites,
imperativos, remordimientos,
avisos o anticipadas sentencias.
Quiero sin querer en mí,
vida sin consejos, advertencias,
aquellas que mis oídos sordos,
rebeldes, insurrectos e imprudentes
deberían oír y se abstienen.
Ante la desaconsejada lamuria,
la lastimera proclama de auxilio,
la alerta de mi propio peligro,
cuando ya serpentea el camino,
yo ya sé bien el rumbo a tomar.
Que la vida me la he escrito yo
con mi profética lírica prosaica,
entre enter y enter, el autoconocimiento
abriéndome el descubierto sentimiento
que me espera siempre dentro de mí.
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