Sentado frente al lago me sentí alejado de la realidad, el repetitivo sonido del agua lamiendo la roca me pareció, en una primera instancia relajante, luego de varios minutos los golpes del agua contra las rocas inundaron mis pensamientos con una asfixiante sensación de desesperación, era como un concertado ataque de arremetidas, incansables, extendidas por millones de años, eternas en cada segundo, lacerando la dureza de la piedra, reforzando con cada nueva cavidad agregada un tono nuevo que llegaba para unirse a la aplastante ofensiva.
Y mi pensamiento se hizo esa roca atormentada incapaz de arrancar del agua. En mis oídos no había más que ese orquestado acoso de sonidos, perturbando la tranquilidad, tomando por asalto el pensamiento para hacerlo prisionero. ¡Hostigando! ¡Acosando! Privándolo de toda posibilidad de recorrer libremente la realidad. El agua también me estaba atrapando con su hipnótica y milenaria dominación como a un trozo más de la existencia. Una aislada e insignificante respiración entre miles de billones de años. Y supe en ese instante que desde ella nos alejamos un día esperando algún día regresar.