Valle de luz y aguas vivaces
nubes dentro del bosque,
que ocultan su talante
en un fluir de suspiros.
Allí crecí y mengue junto a dos enormes lunas,
una vez y otra vez, a cada instante,
como en un canto que en la noche se desbordaba, sentía que algo me faltaba, que no era de allí...e invoque al señor de los oráculos para que me llevase a donde pertenecía, el no fue tácito ni explicito, solo me dijo cuando la veas lo entenderás.
Y así pasaron centenas de lustros hasta que acumule la experiencia necesaria para poder reconocerla y fue en aquel bar, de estos tiempos modernos, que la conocí, ella de apariencia magnífica y con una edad muy bien llevada, apenas salieron las primeras palabras todas las demás fluyeron en continuo y no paramos hasta la madrugada con el reloj desbocado e injusto que no se apiado de que nuestros destinos se separarían en el alba.
Después a pesar de tener destinos divergentes nos empeñábamos en forzarlo, en hacerlo converger a la fuerza y mientras más cosas insólitas pasaban como frases inconclusas que uno terminaba por el otro, secuencias inconscientes que no paraban de repetirse de forma aleatoria pero que hermosamente terminaban dando inicio a una nueva.
Y un buen día de tanto retar al tiempo y al espacio caímos en cuenta que éramos el uno para el otro, que éramos inseparables, que no había azar en nuestros encuentros ni casualidades en nuestros cerebros, éramos una misma persona, cómo parte de un todo...ella venia del país de la hadas y yo del país de los desterrados.
Y así vinieron las respuestas, las lunas éramos ella y yo, lo que me faltaba era lo que a ella le faltaba, la nube en el bosque era la que nos velaba, pero en mi esencia y en la de ella habíamos dejado una llave maestra en cada corazón para que con los siglos solo hibernáramos dejando latente el deseo de repetir una y otra vez, nuestra historia de amor.
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