A Noelia Boschetto, “Oliveria”. Con admiración y eterno agradecimiento...
Mediodía en Suecia. Un teléfono resuena en el corazón del barrio “La Empanada” de Oslo. “Hola... ¿Quién molesta?”, atendió una voz suave y angelical. “¿Ya no me reconocés? Yo, cabezona, Gabriela Sabatini...”, respondió un graznido al otro lado de la línea.
“¡Querida! ¿Cómo estás?” arremetió, feliz, la primera voz. Sí, amigos, no lo duden: son las cuerdas vocales de la abuela guerrera las que pronuncian estas palabras. Al tiempo que cumplía con su hobby de amaestrar serpientes de cascabel con los pies, Ester se daba unos minutos para hablar con su vieja compañera de dobles...
“Bien, acá estoy... Planeando un secuestro y tratando de beberme 8 litros de ron sin emborracharme”, comentó la ex tenista argentina. “¿Y vos?”, preguntó. “Mirá querida, no sé lo que me pasa...” explicó Ester mientras, con una mano, le daba de comer a un mandril con tuberculosis que Ricky Martin le había regalado durante la gira de “Vuelve”.
“Ayer sufrí una hernia de disco, la semana pasada tuve cistitis, y hoy me salió un callo verde en la clavícula”, explicó la anciana. “Qué raro, genia... ¿No estarás embrujada vos?”, preguntó Sabatini. “Ah! ¿Y por qué pensás eso?”, interrogó la abuela guerrera. “Es fácil... Te tienen mucha envidia por ahí...”, siguió la ex tenista. “Ayer estuve en el Salón de la Justicia y no sabés: Batichica habla pestes de vos, y las Tortugas Ninjas me comentaron que, en cuanto cobren sus respectivos sueldos, van a robarte el bastón y pisotearte todo el jardín”, completó Sabatini.
“¡No te puedo creer!”, sostuvo la abuela. “Ajá. Pero escuchá: en el centro de Oslo hay un lugar en el que se cura a la envidia y otros males esotéricos... y de paso te comentan como viene tu futuro. Te doy la clave telefónica para que llames...”, propuso la argentina. “Dale, quemada”, asintió Ester. “Anotá: 2UnLimited – 4NonBlondes – 2X3llueve – 7Up. Listo, llama y decí que vas de mi parte”, concluyó la morocha nacida en Buenos Aires.
En breves instantes, la anciana se sujetó el cabello blanquecino con un bigote de gato angora, pintó su boca con polvo de ladrillo, y partió en su Toyota Corolla rumbo al lugar indicado por su amiga. Una hora después, estacionaba su automóvil frente a “El Oráculo del Gusano Descompuesto: Predicciones y Pizza a domicilio” y, tomando su bastón modelado en sauce llorón, caminó algunos pasos buscando la puerta de ingreso al lugar. Como no logró hallarla, decidió escabullirse por una ventana, para luego dar con la recepción del nostradamusiánico comercio.
Ya en el salón principal, una anciana, con un oso hormiguero durmiendo sobre su cabeza, la recibió entre aplausos y breves ataques de hipo. Enseguida, una asistente de la primera mujer, vestida con una remera de Metallica (Album: Ride the Lightning) se dirigió a la abuela guerrera: “Pase por aquí, ancianita minusválida. La estábamos esperando...”.
Luego de trasponer una cortina hecha con lianas ecuatorianas y restos de un trasbordador espacial, Ester ingresó a una habitación oscura, en donde 2 mujeres acariciaban, a modo de bola de cristal, la pantalla de un televisor Grundig 29 pulgadas mientras repetían palabras en filipino básico. “Siéntese”, le indicó una de ellas. Un tanto temerosa, la anciana tomó asiento frente a una mesa hexagonal, rodeada de velas, fotos de Los Parchís, la radiografía de un maxilar de cachalote, y una avioneta estrellada en cuya ala podía leerse, en rojo vivo, “Los Muppets son enviados del diablo”. “Usted está embrujada, viejarda”, la abordó una de las médiums, mientras se rascaba la espalda con un rallador de queso. “Le tienen envidia”, completó la otra, casi sin mirarla. “Lo suponía...”, contestó Ester, cruzándose enseguida de piernas. “Usted tiene várices”, arriesgó nuevamente una de las médiums.
“Claro. Tengo 75 años y me quedaron algunas huellas de mi época de domadora de linces...”, se defendió la anciana. “Bueno, viejarda, se acabó la consulta: son $ 300”, intervino, desde atrás de la cortina, la mujer que llevaba al oso hormiguero sobre su cráneo. “ A ver si la cortamos con eso de ‘viejarda’... Mmmmm, ahora... ¿No es mucho lo que me están cobrando?” preguntó Ester, con un cierto grado de enojo en su voz. “Ni ahí, viejamaiquina, te estamos haciendo un regalo”, volvió a contestar la del oso, al tiempo que confeccionaba una marioneta con los rizos oscuros de una norteamericana que había pagado su consulta con cabellos.
“¿Y qué más?”, preguntó Ester, poniéndose de pie. “Nada más por ahora. Venga la semana que viene con $ 1000 y le contamos el final de la historia...”, replicó una de las médiums. “Ustedes están cometiendo un error. Soy jubilada y no dispongo de esa suma”, aclaró la anciana, visiblemente molesta. “Entonces salga a trabajar, vieja haragana. Yo también soy adivina y sé que usted tiene más dinero en su casa”, interrumpió otra vez la del oso. “Me cansé. Acá se arma...”, murmuró Ester, y alzó su bastón en dirección a las médiums. “Tranquila. En este lugar espiritual a los nerviosos los calmamos enseguida”, comentó la del oso. Acto seguido, dos hombres fornidos ingresaron en la sala: eran Ronaldo y Ronaldinho.
“Muchachos, a ver si sacuden un poquito a esta ancianita adinerada”, ordenó una de las médiums. Ester no permitió la respuesta de los recién llegados. Utilizando su bastón como martillo neumático, aplicó 37 golpes secos en la mejilla izquierda de la mujer que portaba al oso, hasta provocarle a ésta un ataque de presión que la dejó paralizada. Asustado por el repique del bastón, el oso hormiguero, tosiendo primero y dando un salto después, se aferró con garras y muelas al párpado derecho de Ronaldo. Ciego, el astro brasileño intentó quitarse al animal de encima, pero un puntapié de Ester en los genitales del jugador lo dejó fuera de combate.
Obviamente, Ronaldinho intentó detener a la abuela guerrera. Ágil, el futbolista lanzó dos escupitajos en dirección a la anciana, esto con intención de confundir los movimientos de la belicosa mujer. Por fortuna, Ester logró eludirlos efectuando una mortal -al mejor estilo clavadista mexicano- que la depositó sobre una mesa de araucaria tallada a golpes de coxis. Una vez allí, la anciana encendió un habano y, lanzando una bocanada de humo sobre el rostro del brasileño, petrificó a su oponente. El humo tenía sus efectos: por culpa de él, Ronaldinho culminó, en cuestión de segundos, por volverse comunista. Así, y en cuanto recupero la movilidad de sus talones, el moreno partió a la carrera, rumbo a una librería en la cual pudiese conseguir un Obras Completas de Federico Engels.
Asustadas ante el poderío de la abuela, las médiums se cobijaron en un rincón de la oscura sala. Finalmente, lo confesaron todo: las adivinas tenían un convenio con Gabriela Sabatini. La ex tenista, en bancarrota dada su afición a coleccionar fotocopias y asistir a carreras de karting, percibía una comisión por cada clienta que acercaba al centro de augurios sobrevaluados.
En silencio, cabizbaja, Ester subió a su Toyota Corolla y se perdió en las calles de una Oslo desierta. Ensombrecida, se detuvo en la taberna “El Retorcijón”; lugar en el que la esperaban dos de sus mejores amigos: Batman y, siempre alcoholizado, el inefable gato Chatrán. Allí, la anciana bebió medio litro de vodka “Absolut”, 2 vasos de anti congelante para motor de lancha, rompió el inodoro de un baño y, prácticamente a capella, grabó un disco con los españoles de Jarabe de Palo, que justo cenaban en el lugar... Aún así, nadie logró hacerle olvidar todo lo ocurrido: una amiga la había traicionado y el dolor era inmenso. Insoportable. Sobre su vaso de vodka, Ester escurrió una lágrima que, inocente, jugó por unos instantes entre los pliegues arrugados de su cansada mejilla. “75 años y una nunca termina de conocer a la gente”, pensó la abuela guerrera. Y tenía razón. Por eso, no sintió sorpresa alguna cuando Batman, conmovido por el sufrimiento de su amiga, la abrazó para luego decirle al oído: “Corazón mío: en realidad soy Bruno Díaz...”.
No. Nunca se termina de conocer a las personas. Quizás por ello, aún los superhéroes son tan necesarios. Quizás por ello, aún Ester continúa con su misión de salvaguardar, sin descanso, a ese eterno amanecer que siempre deviene en nuestras más bellas esperanzas.
*Basado en una historia real
Chester Piedrabuena
® Saga "Ester, la abuela guerrera". Derechos Reservados.
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