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El fútbol, para mí, tiene nombre y apellido. Se llama Diego Armando Maradona y voy a pasar a explicar por qué.

En mi casa nunca se miró fútbol porque a mi papá no le gustaba el fútbol ni la vida en general.

Me acuerdo que una vez caí en una parrilla que era de unos parientes y una especie de primos míos estaban enzombizados ante una radio que transmitía un partido de river. Yo tendría unos 6 años de edad y un aburrimiento atroz. Fueron los 90 minutos más aburridos de mi vida. Estaba re cagado de calor sentado frente a un electrodoméstico inerte pero parlanchín al que todos le rezaban como si fuera una deidad. No le encontraba la gracia. No podía sentir nada de todo eso que yo veía que los demás sentían. Hasta llegué a creer que esos primos estaban fingiendo todas esas emociones sólo para reírse de mi cara al ver ese espectáculo sobre actuado. Igual siempre fui un paranoico narcisista, seguramente estarían viviendo ese partido con pasión estos fulanos, sería un partido importante. Además tampoco es que eran hinchas de estudiantes, eran de river, algo de sangre tendrían.

Yo no tenía la capacidad de emocionarme , de gritar goles, de desearle la muerte al réferi ni de querer romper todo lo que estuviera a mi alcance para suspender un partido injusto. Me faltaba algo, algo que los demás tenían y que les hacía sentir toda esa pasión a través del fútbol yo no lo tenía, pero un día esto cambió y pude, como un púber primerizo, sentir al fin todos esos orgasmos futbolísticos que la gente tenía cada domingo menos yo.

Corría el año 1994 y Argentina jugaba el mundial. Yo sabía más o menos lo que era un mundial pero no me importaba. Era fútbol y a mí el fútbol me aburría, no me interesaba o me daba lo mismo. La máxima cabida que le pasé al fútbol alguna vez fue que estuviera de fondo en una pantalla y mirar de refilón algún que otro gol de la Argentina, punto. Pero ese día, 21 de Junio de 1994, yo estaba en la escuela y noté que algo extraño pasaba. Todo se sentía diferente, la calle, los pasillos, las aulas, todo. Había una asistencia de menos de la mitad de la clase porque claro, jugaba la selección. Pero como en casa al fútbol nadie le daba pelota ;-) a mí me mandaron a la escuela igual, como cualquier otro día. A mitad de la jornada la maestra nos pregunta “¿Quieren ir a ver el partido de Argentina al salón de actos” y todos gritaron que sí y salieron a formarse como nunca antes lo habían hecho, ordenados, rápido y biens. Yo me quejé, a mí el fútbol no me gustaba. Ir a fumarme 90 minutos de fútbol para mí era lo mismo o peor que quedarme haciendo la tarea en el aula, pero lógicamente me formé y seguí a la manada.

Todavía lo recuerdo muy bien, decenas de chicos con guardapolvo blanco sentados en el suelo gritando “Argentina! Argentina!” Era una fiesta ese salón de actos, una fiesta patria, la mejor de todas las que había visto pasar. En un proyector gigante entraba la selección de Grecia y todos insultaban sin que nadie los pudiera disciplinar, eso me encantó. Y cada vez que aparecía el Diego en pantalla toda la escuela se unía en un aplauso y en un vitoreo espectacular “¡Marado! ¡Marado!” gritaban alumnos y maestros y yo no tardé un segundo en unirme a la vorágine de la masa. Era un clima medio anarco pero bien. Un clima hermoso. Después las luces del salón de actos se apagaron y empezó a girar la bocha. Cuando el Bati hizo los primeros dos goles gritamos como locos, nos aturdía la alegría, desbordábamos de orgullo, pero fue en el tercer gol, el que hizo el Diego, donde el fútbol apareció. El 1 a 0 en un partido te da la ventaja, el 2 a 0 te da un poco más de seguridad… Pero el 3 a 0 ya te hace sentir un rey, un déspota que no tiene piedad, y que ese tercer gol lo haya hecho el Diego y que lo haya gritado y festejado como lo festejó, encarando esa cámara de televisión así, como si le agarrara los cachetes a toda la Argentina, y mirándote a los ojos te grite en la cara “Goooool” hasta quedarse sin aire, en pantalla gigante y frente a todos tus compañeros y maestros con Victor Hugo Morales al palo es lo más lindo que le puede llegar a pasar un pibe de 6 años que tuvo que ir a la escuela un día así.

Sentí una alegría infinita, una sensación espectacular. No podía parar de gritar, nadie podía, hubo una epidemia de endorfina ahí en ese salón. La piel se ponía de gallina, el aire no alcanzaba para llenar los pulmones. Con las pocas fuerzas que quedaban gritabas de nuevo “¡Diego!” no lo podías evitar. “¡Diego!”; “¡DIEGO!” Ese gol fue para mí incluso más grande que el que les hizo a los ingleses con la mano, debido a todo lo que despertó en mí.

Ese gol me hizo sentir algo que yo creí que jamás sería capaz de sentir, la pasión. Lo recuerdo y lloro, como lloré también cuando esa enfermera lo invitó a retirarse días después en ese mismo mundial. Yo no sabía que eso que había presenciado en ese salón de actos junto a mis compañeros sería el último milagro que el Diego haría vistiendo la camiseta de la selección.

Todo el planeta hablaba de Maradona y de la droga. Yo tenía 6 años y no entendía bien que era la droga y por qué carajo nos estaban sacando al Diego. Escuchaba después, sin entender nada, a gente idiota que iba por ahí diciendo que Maradona era un drogadicto de mierda, reduciéndolo sólo a eso. Yo era chico y todavía no me había drogado nunca. Para mí esa enfermera lo estaba llevando preso o algo por el estilo. Yo pensaba que a Maradona después del partido lo iban a llevar a la cárcel.

No podía ser. Algo estaba mal, nos estaban cagando, nos querían quitar al Diego de alguna forma, yo lo veía así. Tenía que haber otra explicación. Yo esperaba todos los días que saliera alguien a poner la cara y a desmentir todo, a pedirle perdón al Diego y a toda la Argentina. Pero eso no pasaba.

Cuando lo escuchaba hablar a él yo no veía en sus ojos la maldad. Yo no sabía qué carajo era la droga y por qué había tomado eso Maradona. Para correr más rápido decían algunos pelotudos, pero el Diego hacía jueguitos con una pelota de tenis, no tenía sentido esa versión, el Diego no necesitaba droga ni un carajo para jugar al fútbol, el Diego era el mejor así como estaba. Fue horrible toda esa mierda. Nos cortaron las piernas a todos ese día, no sólo a él.

Yo creo que después de eso el país entero se quedó en silla de ruedas. Pero así y todo y aunque nos hayan quitado la alegría más grande del mundo, ese tercer gol del Diego contra Grecia fue un regalo hermoso. Todo bien con el resto de los jugadores y con el resto de los mortales en general, pero aunque ganemos 2, 4, 10 o 20 mundiales más nunca nadie va a poder generar todo lo que el Diego generaba por aquellos días.

Doy gracias a la vida por haber podido ver en vivo ese tercer gol del Diego pero la voy a putear siempre por haber sido tantas veces tan injusta con él.

Texto agregado el 03-02-2020, y leído por 118 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
03-02-2020 Me hiciste emocionar. Yo también lo viví, y lo sufrí de la misma manera. IGnus
 
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