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No importaba que tan lejos pudiera huir hacia la oscuridad, parecía que no había escapatoria de la misma; obtenía en ese instante, a su momentáneo parecer, la revelación de la mala idea que significaba buscar al interior del corazón mismo, un lugar en donde los demonios se agrupaban alrededor de él rodeándolo con anillos de mierda y larvas. Era Belfegor quien escupía veneno entre sus colmillos cuando hablaba en lenguas muertas, sin embargo no incomprensibles que esparcían putrefacción a las almas de quienes le oían. “yo protejo a los hombres de sí mismos” se repetía en todo momento, “yo sé lo que es sufrir y tú no lograrás despojarme de mi sacro hogar”. Fue la última de sus palabras antes de lanzar un alarido mudo que todo lo puso en silencio, un sigilo atroz, pues en ese mutismo de eterna apariencia se escuchaba solo la profunda reserva de los alaridos de millones de almas calladas detrás de labios cocidos mediante aguja e hilo. El silencio más ensordecedor para el alma, la pausa de toda vida corporal más horrible jamás escuchada. Parecía aquél el último de los sonidos que él escucharía antes de perecer ante su incapacidad de pronunciar palabra alguna por el pánico que de él se apoderaba, no ante el demonio, sino ante la verdad que él le confesaba, que hasta ese entonces no había logrado comprender. “te perdono”, le dijo, “pero no dejaré que tu miedo me corrompa jamás”. Era aquél el miedo frenético a vivir, la pereza que le protegía de existir, jamás podría ser corrompido de nuevo. No podemos sin duda protegernos entre nuestras sábanas de experimentar aquello que existe por fuera de nosotros, por fuera de nuestro putrefacto corazón. |
Texto agregado el 02-02-2020, y leído por 86 visitantes. (0 votos)
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