Saliendo de la oscuridad cruzó la calle gris para encontrarse con un nuevo amanecer claro, radiante, no sabía lo que le esperaba más allá de sus pensamientos, solo ansiaba huir del tormento, del sueño que se desprendió de su alma para ser viento, para ser luna, cuantas noches de espera, cuantos días de llantos, pero ya, dislocada su esencia no pudo seguir fingiendo, el tiempo le arrastró sus esperanzas y con ellas su ultima luz.
Margarita fue el junco, la pastora, frente a las tranquilas aguas de su manantial azul, ella, rociaba de pétalos cada día el camino a recorrer, tenía un corazón grande y puro, caminaba siempre descalza, sus pies de garza y princesa le permitían ese contacto con la naturaleza .
Ella era hija de la tierra, su sangre primitiva corría por sus venas sacudiéndose en recuerdos imborrables de sus ancestros, las flores de esa bella laguna cuidadas esmeradamente, con las manos de seda y de soles, fue siempre algo mágico, para los que tuvieron el privilegio de verla, sus rodillas se hundían en las frescas gramillas pobladas de flores, y en esa posición hablaba con sus hermanos, al hacerlo se transformaba y el paisaje cobraba vida propia, se podía ver avanzar la energía y el poder de los briosos caballos montados por hombres de hierro y acción.
Pero la maldad siempre atenta contra la bondad, esa mañana ella encontró su laguna, su tierra y sus pétalos destrozados, no por la naturaleza, por la mano del hombre, decidida emprendió el viaje al desierto donde habita su gente, allí en el monte, entre la llanura, sola y triste se abrió las venas dejando correr su sangre brava sobre todo los verdes tallos, un grito surgió de sus entrañas llamando a sus hermanos, y transformó su cuerpo en agua de roció, disolviéndose entre los juncos, llegando al confín del universo.
Desde ese momento y para siempre Margarita rocío, cuidara de las hierbas, flores y plantas con su manto de ternura y belleza, al dejarse caer liviana y fresca sobre todo el espacio de la tierra.
ALESSANDRINI MARÍA DEL ROSARIO |