Techno vals
“…You take me closer to God…” terminó de escuchar Diego Villa, antes de impregnar su cuello con loción barata. Estudiante de día y degenerado de noche, Diego se preparaba para drogado escuchar durante horas a un conocido “disc jockey”
Vivía solo en una pensión, y entre sus pocas pertenencias se encontraban unas gafas, un televisor y un destartalado reproductor de discos compactos. El dinero que ganaba vendiendo alcaloides no duraba mucho, su vicio (las mujeres) era costoso.
Tenía más presencia que pertenencias, todos lo conocían, era de la “antigua barra”, un grupo de neohippies, que repartían el tiempo entre fiestas y trabajos temporales.
Tomó a eso de las ocho de la noche un taxi, transportar droga en un bus no era conveniente. Una vez la policía lo detuvo y si no fuera por el “cojo” un amigo suyo, que conocía los vericuetos de la ley a lo mejor tras las rejas estaría.
El vallenato que transmitían en la radio y que el taxista disfrutaba, disgustaba en lo más profundo a Diego, él no soportaba los ritmos “populares”, desesperado esperaba llegar a su destino.
Al fin, y después de pagar una considerable suma al chofer, arribó al lugar. Una bodega en el sector industrial de la ciudad, de la cual provenía un estruendo más parecido a un bombardeo que a música alguna.
10:30pm Abrió la boca y tragó. De los escondites de su ropa sacó las píldoras y otros objetos; parecía aconsejar a sus compradores como sí fuera un verdadero boticario, conocía los gustos de su clientela y mientras tanto bailaba entre las muchachas que lanzaban sobre él miradas perniciosas.
Al cabo de unos minutos, o quién sabe, los “beats” de la repetitiva y constante melodía, impulsaron su actividad cerebral y la cosa se puso psicodélica.
De repente y no lejos de su persona, el más erótico de los cuerpos se robo la atención, ni siquiera la dosis de ácido lisérgico pudo deformar tan bella silueta.
Como cualquier casanova, se acercó, cerveza en mano le ofreció un trago, la negativa lo sorprendió. Él era Diego Villa, el tipo más conocido en el submundo.
Obviamente el obstinado Villa no se rindió, bailó al lado de la excitante hembra, hasta que ella le regalo una sonrisa, el cortejo había funcionado.
Diego no dudo, se abalanzó sobre ella, y le chantó un beso, un gran beso, uno con sabor a alcohol, de esos que se dan los desesperados. Agarró, él, las caderas de la mujer y más abajo dejó colar entre sus dedos las nalgas de ella.
Ella le permitió acariciar su cuerpo entero, aún vestidos, bailando, delante de la extasiada multitud; la vergüenza estaba drogada y la animalidad a flor de piel.
Dando tumbos, salieron los dos y tomaron un taxi, la dirección: la casa de ella. En el asiento trasero ella tanteo el sexo de él, mientras Villa lamía sus pezones, no aguantaban más.
Más tarde, la llave penetró esa cerradura, limpia y virgen. Se mezclaron los besos, los abrazos los fluidos; él simplemente apretaba y ella cerraba los ojos, se movían al ritmo del bajo, de una canción eléctrica, del “house” que en la radio sonaba. Se reproducían.
Ella le sacó sangre de su espalda justo antes del orgasmo, que fue simultáneo. Cesó el rechinar de las uniones del catre que ella usaba como cama, y en las sabanas se imprimió la prueba de su coito.
Durmieron el resto de la madrugada, pero el no podía cerrar los ojos, Villa estaba aún drogado y conciliar el sueño mientras cascabeleaba con sus dientes era imposible.
La abandonó es su sueño, ella sonreía. Diego salió tomó el autobús, ya eran pasadas las nueve de la mañana. Al llegar a la pensión, lavo sus genitales todavía untados de ella y se echó en la cama.
Eran eso de las 6:30 PM, y se ungió la misma loción barata, se puso la playera, y llenó sus bolsillos de la mercancía, también esa noche tenía que trabajar.
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