AZÚCAR, VECINA
Ramona no había podido conciliar el sueño, era la tercera noche que Federico llegaba tarde. Se levantó por quinta vez y fue a la cocina seguida por Rayo, el pequeño chihuahua que le había traído Federico en su primer aniversario, por quinta vez abrió la nevera encontrando lo mismo que las cuatro veces anteriores, nada interesante. Se preparó un poco de té matando todas las esperanzas de Rayo que ansiaba recibir algún incentivo por ser un buen perro y guardar silencio a esas horas de la noche. Faltaban cinco minutos para la medianoche cuando escuchó la llave de la puerta, con pasos sigilosos pero apresurados volvió a la cama, no podía demostrar preocupación y Federico debía pensar que se había dormido temprano sin notar su recién rutinaria tardanza.
El hombre de treinta y seis años, asomó la cabeza dejando ver el pelo castaño invadido por unas cuantas canas que él consideraba prematuras, y con sus ojos negros recorrió toda la sala buscando la silueta tirada sobre el sillón como en otras ocasiones, al no descubrirla se adentró en la casa, dejando ver su cuerpo casi esbelto que empezaba a perder la figura, tal vez por descuido, tal vez por la edad. Rayo vino a su encuentro moviendo la minúscula cola intentado emitir algunos agudos ladridos siendo interrumpido casi de inmediato por su amo, que le entregó unos trocitos de salami que había traído exclusivamente para este fin y que había encontrado en el único colmado que quedaba abierto unos quince minutos antes de llegar a la casa. Dejó entretenido al gozque y abrió la puerta discretamente, por unos minutos observó con devoción la mulata que yacía en su cama, Ramona era lo que se podía llamar un “mujerón” y era sólo suya, deseada por amigos y vecinos, tanto así que algunos incluso hacían comentarios descarados frente a él y esto en lugar de desagradarle hacía crecer su pecho de orgullo.
Nadie hacía un café como el de Ramona, sentado en el desayunador Federico observaba ese tronco de mujer con la que había sido favorecido y sentía unas ganas tremendas de tomarla entre sus brazos, estrujar su cintura y llevarla a la cama, pero se hacía tarde y tenía un horario que cumplir, ella se dio la vuelta y al encontrarse sus ojos marrones con los de él, prefirió mirar hacia la taza donde empezaba a verter el azabache brebaje, volvió a dar la vuelta hacia la alacena permitiendo a su marido observar detenidamente las proporciones de su cuerpo que lo volvían loco. Ella le miró y él intentó disimular, aunque saber cómo disfrutaba su marido observándole era algo que hacía de Ramona una mujer feliz. Volvió a recordar lo sucedido la noche anterior y su rostro cambió, por eso el tono de queja sustentado en la expresión: “No hay azúcar”. Federico miró a su diosa confundido, ella le daba tanta importanc no entendía por quéia a ese problema de tan simple solución.
─ Pero negra, eso no es nada, si quieres le pido un poquito de azúcar a la vecina.
─ ¿Sí? ¿Desde cuando tienes confianza con la vecina para pedirle azúcar?
─ La verdad es que he estado hablando con ella en estos días, a veces cuando llego del trabajo ella está ahí, sola, sentada en la acera, fuera de su casa y me ha contado algunas cosas ¿sabías qué…?
Federico se interrumpió por el sonido del cristal quebrándose al estrellarse contra las losetas de la cocina, un trozo del frasco roto cayó sobre el desayunador justo delante del plato donde descansaba un sándwich que ya padecía algunas mordidas, la letra Z relucía sobre la pieza y Federico sintió un susto de muerte, Ramona nunca había sido tan agresiva y en lugar de recobrar la calma y limpiar el desastre como él había previsto, la mujer de cuerpo monumental empezó a gritar expresiones ofensivas y palabras obscenas para concluir: En esta casa no hay azúcar y tú hablando con la maldita vecina.
El hombre levantó el dedo y estaba listo para decir algo que pudiera calmar a la fiera, se enfrentaba a una difícil misión y justo cuando se le había ocurrido algo lo suficientemente bueno para defenderse, llamaron a la puerta, Federico bajó el dedo lentamente mientras su esposa sin quitarle los ojos de encima fue hacia la puerta, la cocina estaba a unos pocos pasos de la sala y en segundos Ramona se hallaba frente a la puerta girando el picaporte para encontrarse frente a frente con la imponente figura de una mujer de unos veinte y tantos, mínimamente más joven que ella, vestida con unos ajustados shorts que eran mentirosos pero decían la verdad y una blusa de tiros muy finos que dejaba ver parte de un sostén azul cielo que tenía bajo su responsabilidad una cuantiosa carga, la mujer miró a la otra de abajo hacia arriba deteniéndose en su mano derecha que se hallaba al nivel del torso sosteniendo una taza lechera tapada con su mano izquierda, para llegar al rostro de la muchacha donde una amplia sonrisa dejaba entrever sus intenciones.
─ ¡Aquí tiene vecina, azúcar!
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