9:00 de la mañana y el día era negro. Recorría las calles de mi ciudad sin rumbo. ¿Has sentido la necesidad de manejar tu auto hacia algún lugar aunque no sepas dónde? Esa mañana la sentí.

No encontraba mucho sentido en mi vida a pesar de tener tres maravillosos hijos, pero la mente es indescifrable cuando la depresión te alcanza.

Mis pensamientos estaban cubiertos de dolor y decepción; no había claridad ni orden. Incluso mi cabeza no podía concentrarse. Solo surgían preguntas. ¿Qué hice mal? ¿En qué fallé? Y varias de ese tipo que al final quedaban sin respuesta.

Mis hijos son excelentes seres humanos pero a sus cortas edades estaban enfocados en sus cosas. Mi familia me llamaba para preguntar como me sentía, pero nada ayudaba a estar mejor. Siempre he agradecido sus atenciones pero a decir verdad no me hacían sentir mejor.

-¿Ya hiciste la presentación para la junta de mañana?
-No iré. Inventaré algo (respondí a mi amiga).
-Ya tienes un problema y ahora te estás buscando otro en tu trabajo.
-No quiero que me vean así.
-Dejate de pendejadas. Voy para allá! En donde estas?

Atenciones de amigos y familiares siempre estuvieron ahí, pero algo hacía falta. Algo que ayudará con mi estado de ánimo y visión de la vida.

La vida en ocasiones nos sacude para enseñarnos algo y está vez no fue algo menor. Me estaba enseñando que mi esposa ya no debía estar en mi vida. Creo que regularmente llega a ser bastante cruel y hasta injusta. Siempre he creído en Dios y solo puse mi situación en sus manos.

Y cuando había tocado fondo y no lograba salir de ahí, llegó como un ángel que me tocó el alma con atenciones. Fue su manera de extenderme la mano y ayudarme a salir de ese abismo. Volví a comprobar que Dios nunca se equivoca y hoy por hoy sé que mi propósito será hacerla muy feliz.