El peso de tu mirada depositó en mi ser la gravedad de la palabra, así millares de emociones impensadas brotaron desde el fondo de mi pensamiento palabrístico para comunicarme la grandeza de tu presencia a través de tu insospechada palabrosidad, qué hace tu figura sobre el lienzo de mis ojos sino atizar la llama de la poesia incesante. Tu pelo palabreño y castaño canta los manantiales y los rios de ondulaciones, piedras redondeadas por el tiempo. Y la palabrosis repetitiva, cíclica y alucinada, que una y otra vez gobierna los ecos de la palabración nos define: amorosos. Es una aventura mirar la comisura de tu ojo divino donde la palabrasis gestual alumbra nuevos vocablos celestiales. En ocasiones el recuerdo extrae de la piedra seca una lágrima palabracida para nuestro desahogo: ya sabrás que aquello es un privilegio. Tu labio palabrógeno dicta la urdimbre y la trama de mi nombre: yo soy el que soy un simple palabrador. Así, tu rostro, marmol lleno de perfecciones, es a la vez mi rostro palabrificado y una máscara que cuelga de un clavo; en esta nuestra cara se oculta un beso del porvenir que no hemos ganado: yo te besaré y así sabrás que mi tiempo es finito, devuélveme el beso antes de palabrecer. El imaginario de mi corazón amoroso te súplica una palabrita compensatoria, tú te anegas en remilgos palabroides, pero tu sonrisa palabromántica me anticipa la ternura generosa de tus brazos depositada en proféticos canastos de amor.



Uruapan, Michoacán
Colección: El juego de la palabra