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Inicio / Cuenteros Locales / gui / El impulso enloquecedor de la sangre

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Esta es mi confesión escrita de puño y letra con la sangre que comienza a esparcirse como una roja y húmeda bandera que flamea sobre las piedras.

Claro, de repente me vienen estas calenturas y salgo a la calle con los ojos inyectados en sangre y acecho y atisbo para luego poseer a la primera hembra que se cruce en mi camino y entreverados ambos en una especie de ballet dantesco, luchando ella sin ganas, fémina desconcertante que ni siquiera me guiña un ojo y sin embargo se me ofrece soberana y complaciente para después derivar por las calles de dios en otra búsqueda desenfrenada por apagar el instinto que me incendia las entrañas. No hay preferencias que prevalezcan en mi gusto y sólo bulle dentro de mí este febril amotinamiento de espermas vigorosos que se disputan el protagonismo en la lucha por la existencia. Las he conseguidos blondas y morochas, altas y pequeñitas, casi seniles y florecientes, de extensa cabellera y casi calvas, eso no importa cuando nuestros cuerpos danzan acompasadamente al ritmo de nuestro desasosiego. Se que estoy estigmatizado por mis bajezas, pero la naturaleza nos impone estas tareas y el cronómetro preciso de mis premuras me empuja las posaderas y actúo como un insano para proclamar a voces el deseo que crece y crece como una riada que amenaza con desbordarlo todo.

-Betsye, ¡oh pequeña mía! Cuan felices hubiésemos sido deambulando al sol como dos amantes que no le temen al juicio ajeno. Habrías sido mía sin conciliábulos ni demoras y retozado todo el día para recogernos en la noche tibia en algún lugar en el cual invitaríamos también a las estrellas. Más, no pudo ser, adorada mía, la vida se me escapa por algún designio de cierta divinidad celosa por este inmenso derroche de felicidad que hasta parece pecado. No me olvides nunca, querida mía que te estaré acompañando desde algún lugar designado por este destino ciego.


Nada se pudo hacer por Boby, el pequeño quiltrito que luego de algunas convulsiones, se quedó muy quietecito mirando al más allá. El automóvil que lo arrolló siguió su camino como si nada hubiese sucedido. Mucho después, cuando ya la tarde envejecía, la sombra alargada de una perrita y de un bulto inmóvil, se contrastaban con el pavimento azuloso en el cual se dispersaban unos cuantos jirones de callada sangre…






















Texto agregado el 30-09-2004, y leído por 310 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
04-10-2004 Precioso, la narración fluye y te arrastra con ella y ni siquiera el triste final le quita belleza al cuento yoria
30-09-2004 Tamaña confesión has hecho. Con tu estilo inconfundible has logrado un excelente texto literario. Te felicito. Shou
 
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