Me encuentro, de pronto, sumergido en el fondo de la copa. Allí donde la tarde se viste de marrón, las nubes son violetas y el viento es penetrante y amargo. Pareciera que me hubiesen ofrecido esas vistas y esos tragos, un día en que nací de nuevo, pero con el destino final de la muerte.
No bebo, no, no bebo. Imposible vivir bebiendo, es decidir si apretar la copa en la mano y romperla en mil pedazos, o tragarse el valor y bebérselo junto al trago.
No es fácil comenzar a contar con tanta maravilla, esa dificultad que me embarga y esa poca realidad que me ha envenenado. Es como decirle a mi niño que me espere, que volveré con algunos sacos, que algo encontraré para abrigarlo. Somos solo dos, que abundamos en el vacío. Parecemos invitados al eterno teatro ciudadano, unos cuantos encorbatados molestos, unas damas de cartera diminuta, unos tacos asesinos, y una que otra colegiala de jumper escaso, como deseando no tenerlo sobre el cuerpo.
La vida me trajo donde estoy, parado o sentado, da igual y yo traje a mi hijo donde está. Él es único boleto de kino que he ganado, pero sé que no he conservado mi tesoro como es debido...
(continuará)
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