Hacia tanto frío aquella noche que tuvimos que quemar las banderas. Empezamos por las locales y seguimos por las autonómicas. Un vasco que venía, quería escamotear una ikurriña. Un sargento catalán se dio cuenta. Al final nos quedamos solos entre aquel fuego cruzado en mitad de la nada aquella noche en Kandahar. Cuando íbamos a echar nuestra señera al fuego, apareció- en mitad de la noche- un espectro. El soldado de guardia estuvo a punto de abrir fuego. Era Navidad en todo el orbe cristiano. La leña que traía un campesino semejaba un regalo de Reyes. No supimos con qué pagarle. Mientras empezaba a arder aquel manojo de palos, observamos que le llamaba a la atención la rojigualda, que con su combustible se había librado in extremis. En fin, le regalamos la bandera.
A nadie se le ocurrió para qué la quería.
Al día siguiente lo supimos, cuando avanzando, dimos con su humilde morada. Su mujer había envuelto a un niño de pocos días con ella.