Me apasiona la hidra de Lerna. Aclaro que siempre se me ha encasillado como un tipo que tiene gustos extraños y esto no es algo que me complique demasiado. No miento al manifestar que el amor que siento por ella me ha impulsado a navegar siete mares para llegar a su morada. Tras un millón de dificultades y casi al borde del desmayo, llego a sus costas y comienza mi azarosa exploración para dar con ella. ¡Mi hidra, mi Lerna amada! La encuentro al fin y me sincero con ella y la hidra me contempla, no sé si con un atisbo de misericordia o con un apetito descomunal. Trato de conquistarla, de tenerla entre mis brazos y sentir el desborde de esta alimaña que es también el desborde de mi propia excentricidad. Le pido la mano en un arranque de temeridad porque sé que nadie lo ha hecho y si así hubiese sido, de seguro que ella lo rechazó. Lo mejor de todo y lo que me aseguraría un tranquilo pasar junto a esta deliciosa criatura: no tiene parientes, padres, hermanos, sobrinos ni viejos gruñones en lontananza. “Mírame a los ojos”, le digo y ella apunta sus nueve cabezas hacia mí y noto en su mirada un océano incandescente pugnando con algo gélido que reina dentro de cada una de esas pupilas increíbles. Me pongo de rodillas y extraigo de uno de mis bolsillos algo que he atesorado hasta ese momento. Es una caja pequeña que contiene una circunferencia de oro hecha a la medida de uno de sus dedos anulares. He obviado contar que para estar acorde con la ocasión, me he vestido con una larguísima túnica de color negro, diseñada por un modisto amigo que sueña con aparecer en esas páginas de papel cuché. La hidra se aproxima y otea el anillo e intuyo que en sus cerebros se produce algo parecido a la sorpresa y la consiguiente atadura de cabos para tratar de comprender el alcance de esta situación.“¡Te amo!”, le grito y un cardumen de sardinas se alborota formando una gigantesca O de asombro.La animalidad de esta bestia mitológica, engendrada en el odio, imaginándose ahora ataviada de tules de albo esplendor, pareciera enternecerla toda y esas nueve cabezas suyas ahora me inspeccionan no como un ser a ser deglutido, sino acaso como aquel que le dará sentido a su vida.
Cien mil latidos después:
“¿Aceptas por esposo a Hidra?” “Acepto.” “¿Aceptas por esposo a Eguidio?” “Acepto.” (No fue una palabra la que pronunció mi querida sino un movimiento extraño de cada una de sus cabezas que parecieron ponerse de acuerdo para ondularse con excelsa coquetería). “En el nombre de…
Diez días después, ya no me gusta la hidra. Se enoja a cada rato, se niega a hacer el amor conmigo y cuando lo hacemos, las nueve cabezas se yerguen para contemplar el acto y algunas pareciera que se rieran de todo esto. Yo me desconcentro, pierdo fuerzas y mi compañera se enfurruña y parte a su cueva bufando pestes. Cuando me aproximo a sus lares para tratar de componer la cosa, me percato que las cabezas de mi mujer, porque eso es todavía, se mueven en forma alocada, chocan entre ellas, pareciendo estar enfrentadas a una feroz discusión. Y en cuanto me ven, algunas cabezas se arrastran por la arena de la cueva, otras, se alzan airosas, en actitud de desprecio, una me mira con odio y otra con ese fuego gélido en el fondo de sus pupilas, que yo describo como pasión, y nos quedamos contemplando por largo rato, desatando enredos,deshaciendo enfados y albergando cada uno la intención de amarnos hasta que la muerte -o esas ocho cabezas, que si las corto, se multiplicarán al doble, al triple y ad infinitum- se rebelen al fin para que un mar inescrutable nos distancie para siempre.
Y cuando las nueve cabezas de la hidra se entregan por fin a un sueño profundo, huyo de ese lugar para siempre. Porque tengo claro que podré amar a alguien por toda la eternidad y a él le seré fiel hasta las últimas consecuencias. Pero cuando ese alguien trae en su naturaleza elementos discordantes, diminutas porciones de ternura en un cóctel endemoniado, prefiero huir y sumirme en la perpetuidad de los tiempos hasta encontrar un amor que no arrastre consigo tantos pero tantos inconvenientes.
¡Feliz año para todos!
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