No es acaso maravillosa la matemática. El teorema de Pitágoras es poético. La suma de los catetos al cuadrado es igual a la hipotenusa al cuadrado. Esa exactitud, no es acaso lo misma que un buen poema que llega al punto exacto del corazón. Todos los catetos del mundo sumados al cuadrado son igual a la hipotenusa al cuadrado. Todos los buenos poemas de amor llegan al corazón. Ya sea que los escriba Neruda, Lorca, Bukowski o Sabina. Estudié matemática porque busco a mi abuelo. Hombre duro, de pocas palabras, hosco para los afectos, no quiso a sus hijos, por ende no quiso a mi padre. Tal vez sí lo quiso, las ecuaciones cuadráticas tienen dos posibles soluciones. Tal vez con el amor es lo mismo. Uno quiere y no quiere, pero de algún modo el amor está en juego. La luz de las estrellas nos llega desde hace millones de años al presente. Vemos una estrella tal cual fue hace millones de años. Ahora mismo toda la historia del universo confluye en un hombre que mira al cielo de noche. De algún modo todas las historias deben llevarnos a un único lugar. El número pi. Es la cantidad de veces que un diámetro entra en la circunferencia. El número pi aparece como una constante en las dimensiones de las pirámides de Egipto, en las flores, en los caracoles, en la forma de las galaxias. Es de alguna forma un límite, un encuentro del infinito con el universo, una de las formas del amor.
Busco a mi abuelo. Los busco en cálculos y ecuaciones. Tengo la mesa abarratoda de papeles con números y calculadoras. En la matemática aplicada a la física, conociendo la distancia que recorre un objeto y el tiempo en que recorre esa distancia, se puede conocer la velocidad. Por ende conociendo la velocidad y el tiempo se puede obtener su ubicación. Ese es solo un ejemplo. Se pueden obtener muchas incógnitas con los teoremas adecuados. Si yo pudiera obtener un algoritmo que me lleve a descubrir dónde está mi abuelo. Eso busco.
Se sabe de mi abuelo que tenía amor para todo el mundo menos para su familia. Que ahí dónde se lo buscaba estaba, menos para comprarle un chupetín a sus hijos o contarle un cuento. Mi padre y sus hermanos conocen lo que decía mi abuelo por lo que le contaba mi abuela que por lo que ellos escuchaban. Nunca les habló, apenas si los miraba. Entraba en la casa y todo se congelaba. Se hacía según sus mandatos y caprichos. En la calle era otra cosa, o tal vez no. Algunos lo amaban. Los obreros y peones del ingenio de azúcar lo amaban. Mi abuelo encabezaba las manifestaciones en donde podían reclamar sus derechos. Los dueños del ingenio lo odiaban. Mi abuelo era un grano en el culo. Un negro de mierda capaz de hacerles frente.
Una ecuación implica ciertas variables, por ejemplo, a, b y c; y alguna incógnita, por ejemplo, x. Conociendo las variables se puede deducir la incógnita. Mi prima me contó que los dueños del ingenio lo señalaron con el dedo a mi abuelo. Este es uno de ellos, le dijeron a los milicos. Los milicos lo buscaban. Habían entrado varias veces en la casa para encontrarlo. Sé que mi abuelo pudo escaparse muchas veces. Lo sé porque lo veo a mi padre, culo inquieto, lleno de amigos, también agitador, como si llevara un demonio adentro. Sé que no iba a ser fácil encontrarlo. A mi prima el viejo la quería. Dice que le compraba pochoclo y le daba plata para el cine. Cosa que mi padre niega con mucho dolor. Que no te quiera un padre debe ser uno de los vacíos más inmensos en la vida. Cuando tomamos la función de x al cuadrado y obtenemos el límite de x al cuadrado cuando tiende a infinito sabemos que es infinito. Así debe ser el vacío de la falta de amor de un padre. Un infinito. Un ser odiado y despreciado. Pero si pudiéramos encontrar un rasgo amable en ese hombre sin amor por sus hijos.
Mi padre se abrió camino solo. Era el menor de los nueve hermanos. Los hermanos menores son los que más aprenden de los errores de la familia. No quiso ser un demonio como mi abuelo, no quiso ser un peón de quinta como los hermanos. Se escapó de la sombra de mi abuelo y se fue a estudiar a la escuela industrial. Fue abanderado. Ganó una beca y continuó su camino a la gran ciudad donde estudió ingeniería. Pudo formar una familia, ser un hombre digno. Él me enseñó el teorema de Pitágoras, me transmitió el amor por las matemáticas, pero nunca me habló de mi abuelo. Sangraba por la herida. Mi abuelo no existió en mi vida. Hasta que me enteré que una mañana mi abuelo, que siempre salía en chata, esa vez salió en bicicleta. No volvió nunca más. No lo vieron nunca más. Las malas voces dicen que lo mataron por una deuda de timba. Las muchas voces que lo desaparecieron por agitador y populista. Busco ese destino. Adonde se fue con la bici, donde lo encontraron, si fueron tiros o puñaladas, si se resistió, si arrojó alguna última frase memorable antes de morir, o si escapó, si atravesó el monte en bicicleta, o un poco en bicicleta y otro poco corriendo, y se metió en la casa de alguien y después adentro de un camión y huyó a un lugar donde tal vez encontró quien lo quisiera. Las matemáticas son un juego de lógicas. De algún modo el lenguaje y por ende la vida y los destinos se someten a esas lógicas. Si yo pudiera. Trigonometría: el seno es igual al opuesto sobre el radio, el coseno igual al adyacente sobre el radio, tangente igual al apuesto sobre el adyacente. Siempre es así. Hay hombres avaros, hay hombres codiciosos, hay hombres que se esconden, hay hombres que solo miran, hay hombres con huevos y hay de los que buscan insaciablemente. Cada uno de esos hombres tiene su teorema, incógnitas x, a revelar y un destino. Mi abuelo fue asesinado por los milicos del ingenio, mi padre es ingeniero, yo soy un genio. Llevo algo en los genes. Un gen. He elegido la locura. Estoy acá, en un psiquiátrico, me dicen el loco de los números, vivo haciendo cálculos y resolviendo teoremas y demostrando ecuaciones. Lo que ellos no saben es que no estoy loco, que algún día lo voy a lograr, entra tantas x vacías encontraré una con la respuesta, encontraré a mi abuelo y por fin podré preguntarle tantas cosas.
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