Darla, duplicada por la imagen del espejo se observaba tras haberse maquillado con minuciosa precisión. Grandes ojos labios delgados y sonrientes. Estaba lista para ir a sus clases en la universidad. Salió a la calle dispuesta a brillar con su luz natural y recibir las enseñanzas de sus profesores con atención y cierto júbilo. Darla era una estudiante aplicada y llevaba con orgullo sus tareas en el morral de cuero viejo.
Cuando Darla era pequeña su madre la llevaba todas las tardes al parque a jugar con otros niños. Ahora, a sus 24 primaveras, Darla repetía el ritual cotidiano con su sombra. Siempre en el mismo sitio Darla se columpiaba y veía su sombra mecerse.
A veces Darla iba a casa de amigos a tomar una cerveza y reír de lo que fuera. A veces también estaba allí Micropene con sus 69 aretes faciales. Normalmente hablaban de caricaturas y del vacío existencial de la vida. De regalo de cumpleaños Darla recibió una pipa, la estrenó con sus dos amigos y una dosis de DMT. Micropene alucinó tarántulas humanas aquella vez. Tecnochamán vio exactamente siete ángeles de neón iluminar un horizonte negro. Darla vio reptiles y largas cadenas de ADN. Darla, vacía de ambición y de escrúpulos, les sugirió besarse los tres. Sucedió como ella había querido sin que esto magnificara la parquedad del sitio, al contrario, la mujer supo ascender el karma de la ocasión. Eran un juego inocente en el decadentismo hedonista que vivían.
Los tres mosqueteros estaban una noche hablando de un cuento de Etgar Keret sobre un niño que se rehusa a romper su alcancía con forma de cerdito. Es un cuento sobre la amistad inquebrantable que desde niños somos capaces de sentir, dijo alguno. “Romper el cerdito“ es un cuento anticapitalista, contestaba otro. Darla no tenía una opinión propia sobre estos temas y sólo estaba segura de su creciente anhelo de ser madre. A Darla le gustaba el cuento de Keret pero no lograba entender qué le gustaba sobre este, aparte de la sonrisa perenne del cerdito contra el amenazante martillo que levantaba el padre del niño en el cuento.
Otra noche vieron las primeras tres películas de Neill Blomkamp: primero vieron Distrito 9, que va de un burócrata que se convierte en alienígena en Johanesburgo, luego vieron Elysium, que va sobre migrantes ilegales que entran a una ciudad que flota sobre la Tierra como un anillo de diamantes sobre las favelas terrestres, y finalmente vieron Chappie, que trata de robot que descifra el misterio de cómo digitalizar la conciencia. Es una trilogía espiritual, comentó Tecnochamán. Es chatarra de Disney, dijo Micropene. Distrito 9 es una película sobre el devenir alienígena que es un tema profundamente gnóstico, neceó uno. Distrito 9 es una película sobre el apartheid, contestaba otro. Elysium trata del devenir cyborg dijo T. Elysium no se trata de nada, contestó M. A Darla no le terminaban de encantar estas películas pero tampoco le disgustaban. No estaba confundida, estaba vacía de opiniones. A la vez, no estaba de acuerdo ni en desacuerdo con nadie y pese a estar rodeadas de gente se sentía sola, sin lograr comunicarse, sin poder5 hablar, enmudecida por una peso lastre en el alma. Darla merecía algo más, algo mejor que la compañía de estos dos tipos peculiares. Quizás un bebé, como un milagro en medio del tedio.
Llegó diciembre y pusieron un árbol navideño en un rincón de la sala, a Darla le pareció que el árbol estaba poseído por demonios, las luces infernales anunciaban un oscuro designio que pendía como la espada de Damocles sobre sus cabezas, la única salida era exorcizar ese árbol de sus tristes fantasmas o demonios. Curiosos los tres dijeron frases sueltas que extrajeron desde lo más recóndito de sus entrañas metafísicas.
Frases como “Ley elástica, no eres nada”, “Poesía y plagio, sinceridad de enganche” “Saturno, señor del tiempo en los arcanos, invoco tus poderes”. Dicho de otro modo oraron a sus dioses y para asombro de todos al centro apareció un conejo vestido con un elegante traje de lentejuelas que les dijo: “No sean predecibles.” Y se fue corriendo por la puerta principal.
Después de esa noche Darla soñó que tocaba las nubes con sus manos y supo que era responsable de sus actos. El mundo le parecía bello y sentía que todo era posible. |