Andaba, de chiquilín, por mi calle de Munro, era la
tardecita del 24 de diciembre de 1974. Hacía unas cuadras que venía mirando las casas abiertas de los vecinos, algunos afuera en sus sillones blancos, otros dentro, tocadiscos a pleno; todos refrescándose
después de una tarde infernal. Cerca de la esquina, desde el chalet de Oscar, con las ventanas del comedor abiertas de par en par, cantaba Jorge Cafrune. Me senté sobre el pastito de la entrada a escuchar a ese hombre, que me sonaba muy conocido.
"Coplas del payador perseguido", clarito, como si estuviera ahí mismo el trovador. Por primera vez en la vida sentí que alguien podía defenderme, que alguien con la mayor ternura me decía lo que yo quería escuchar. Tenía 12 años, y a partir de esa tarde entendí mejor lo que llevaba adentro: "la sangre tiene razones
que hacen engordar las venas", "la rebelión es mi ciencia", "son para mí los agravios que le hagan al paisanaje", "yo vengo de muy abajo y muy arriba no estoy".
Cuando retomé para mi casa, para ayudar con las cosas antes que llegue la familia, la primera estrella de aquella navidad relucía sobre el techo de tejas.
"Han de vivir mis canciones en el alma de los demás"
Y así es Don Jorge, hoy, para la misma fecha de aquel verano, pero de 2019, sus canciones viven en el alma de muchos y en la mía, con toda seguridad.
dani falabella |