Aceptamos resignados la verdad,
verdad que nunca nos convenció,
y convencidos de nuestra incredulidad
dejamos una vez más de creerla,
después nos convencimos de que el cuento
que nos contaron para negar la mentira
no podía ser otro embuste más,
no obstante, lo era y nos hizo perder la fe,
esa fe ciega que creímos ser nuestra
y que nos silenció y que nos despolitizó,
decidimos así dejar de pensar en la política,
como forma de callada e insumisa revuelta
y asumimos que era nuestra propia decisión,
porque así creímos que lo habíamos decidido
y aceptamos resignados esa verdad
que nos habían hecho creer;
que la verdad nos miente,
y que a la mentira se le vence
con nuestras propias verdades
y aceptamos resignados,
que seríamos capaces de crearla
y después, incluso de creérnosla,
sin duda no nos conocíamos tan bien
como nos hicieron creer
y nuestro dogma, nuestra fe ciega
no era tan nuestra como pensábamos.