Pobre niño medio diente ensangrentado se desprendió de su boca y pendía, como suspendido en el aire, de un hilo de baba rojizo y burbujeante que se estiró de a poco hasta tocar el suelo y finalmente se cortó. Cínico, su padre, lo abrazó fuerte.
- No llores, vení, vamos a guardarlo debajo la almohada para el ratón. - El niño no pudo evitar seguir llorando, el dolor era insoportable.
-¡No llores mas te dije, carajo! - El niño, acongojado y muriéndose del dolor se tragó el llanto como pudo y cerró los ojos, temblaba como un perro mojado.
– ¡No temblés! ¡No temblés! No seas cagón. – El niño aterrado luchaba contra todos los impulsos de su cuerpo, contra el llanto, contra el dolor y sobre todo contra esos temblores que a su padre tanto exasperaban.
- Andá, agarra ese diente de mierda y ponelo abajo de la almohada te dije, ¿O no entendes castellano pendejo? ¿Entendés o no entendés lo que te digo pelotudo? – Su padre cada vez gritaba más.
- Si papá. Perdoname. – Dijo con voz entrecortada.
- Perdoname las pelotas, hacé lo que te digo. - Obedeció inmediatamente. Sabía que no podía ser de otra manera, si es que no quería perder mas dientes.
- Y no te quiero escuchar mariconear eh. Andate a dormir, no te quiero ver hasta mañana. ¿Entendiste?
– Si
– ¿Entendiste? ¿O no entendiste?
– Si.
- ¿Si qué?
– Si. Papá.
– Papá las pelotas, vos hijo mío no sos, vos sos un sorete, sos una mierda, un inútil inservible que nadie quiere. No me vuelvas a decir papá nunca mas en la vida ¿Me escuchaste?
-Si.
- ¿Si qué?
– Si papá.
– Papá las pelotas, ¿Qué te dije? ¿Qué te dije? ¿En qué mierda hablo yo? ¡Contestá! ¿Qué mierda fue lo que te dije? – Le gritaba en la cara mientras lo zamarreaba con asco.
– Que no te vuelva a decir papá – Decía el pobre niño mientras luchaba contra la tos y todo lo demás.
– ¿Y Qué me dijiste?
– Nada.
– Nada las pelotas, ¿Qué mierda me dijiste?
– Te dije papá.
– No me lo digas mas.
- No.
- ¿No qué?
- No se.
- Nada sabes, salí de mi vista, rajá de acá y que cuando llegue tu madre no te vea así. – El niño se fue para su cuarto pero a mitad de camino su padre lo volvió a llamar.
- Vení a ver, mostrame como te quedó la boca. – El niño obedeció. Se paró junto a su padre y abrió la boca.
- No, medio diente no le va a servir al ratón, ni a mí tampoco. Sentate ahí que ahora vengo. Tomate esto “demientra” tomatelo todo, cuando vuelva no quiero ver ni una gota en el vaso ¿Me escuchaste? – Le sirvió un vaso de whisky y se fue para el garaje. Buscó entre las herramientas y fue separando varias pinzas de distintos tipos. Las miraba indeciso, finalmente tomo una tenaza y volvió al comedor donde estaba el niño. Pobrecito, el vómito y la sangre cubrían por completo la cara sonriente del estampado de su remera. Sus ojos quedaron bizcos por la borrachera pero al menos ya no sentía dolor. Su padre al verlo así dejó caer la tenaza al suelo y enloqueció. Lo abrazó, lo miró a los ojos y le dijo:
- Hijo, no existe el ratón – Lo abrazó fuerte y lo empujó por la ventana. Llamó al 911 de inmediato.
- Mi hijo se ha caído por la ventana. – Sin más palabras colgó el teléfono, bebió lo que quedaba de whisky y se puso a limpiar el lugar. Pronto encontró el pedacito de diente de su hijo. Lo levantó del suelo, lo miró fijamente por un segundo que se le hizo eterno, lo puso entre los dedos medio y pulgar de la mano derecha y de un solo movimiento lo arrojó por la ventana. Al instante sonó el timbre, era la policía.
- ¿Está muerto, no?
- Sí señor. Su hijo no sobrevivió.