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Inicio / Cuenteros Locales / Juanpablor / La pastilla que cambio mi vida

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Una pastilla de éxtasis y las ganas de tener protagonismo en mi grupo de amigos marcarían un largo y peligroso período de mi vida.

Yo tenía 17 años, un grupo de amigos muy emocionados sacaron de sus bolsillos unas llamativas pastillas de varios colores con dibujos de logos y caricaturas conocidas. Todas las mujeres que estaban con nosotros se veían contentas, ansiosas con aquellas pepas que parecían ser las protagonistas de la noche.

El carro empezó su recorrido hacia Liquid, un club de música electrónica muy conocido en aquella época en la ciudad de Manizales. Un lugar famoso entre lso jóvenes de la ciudad, pero un tanto criticado por los padres. Parqueamos el vehículo y nos dispusimos a empezar la fiesta.

La fila era un poco larga, unas 20 personas reflejaban en su cara la ansiedad. Más que la entrada a una discoteca parecía la taquilla de un circo. Gente disfrazada con camisetas de colores llamativos, hombres vestidos de falda, mujeres que desafiaban el frío con trajes que dejaban poco a la imaginación, escarcha por todo el cuerpo y una euforia que para mis novatos ojos no era muy normal.

Tras unos minutos llegamos donde el joven de seguridad y la puerta se abrió. Una breve requisa, un revisar mediocre de nuestros documentos de identidad, que por cierto eran una copia, y ya estábamos adentro. Humo por todos lados, un olor que era difícil de describir y al gente saltando de lado a lado al ritmo de la música.

Uno de mis amigos sacó de su bolsillo las pastillas. Todos se lanzaron sobre ellas. Cada uno tomó una y a la boca. Todo parecía indicar que era mi turno. Un amigo se me acercó y me dijo que la probara, que con su efecto me iba a sentir muy a gusto. Yo, lleno de miedo y de angustia, pero con ganas de quedar como un hombre experimentado frente a mi acompañante y mis amigos, la tomé sin mirarla, la metí en mi boca y me la tragué. “Era una Mitsubishi –escuché decir-. Feliz viaje”.

Durante los minutos posteriores sentí varias cosas, la mayoría de ellas más por la angustia de saber que había hecho algo malo que por el efecto de la pastilla. Mis amigos se acercaban y me decían: “Baile, que sino se va a rayar”. Yo no sentía ganas de nada. Me paré e intenté bailar, pero no tenía ánimo. Más o menos 45 minutos más tarde sentí algo extraño en mi cuerpo. Parecía que el viaje había comenzado.





Al principio mis manos sudaban frío, y mi cuerpo sentía una especie de cosquillas que iban de arriba a abajo sin parar. Me sentí encerrado dentro de mi propio cuerpo. Cuando mi pareja y mi amigo vieron mi cara se me acercaron con un bombón en la mano y un tarro de agua. “No se paniquee, relájese y baile”, me dijo mi amigo. Mi compañera me tomó por la mano y me llevó a la pista obligándome a bailar.


La angustia persistía, pero la sensación cada vez era más agradable. Como una asfixia que me producía placer. Mi cuerpo no paraba de bailar, se movía solo. Sentía algo extraño cuando ella me tocaba: emoción, euforia, ganas de besarla. Todos mis complejos, mis penas, habían desaparecido. Parecía que el tan anhelado protagonismo había llegado, me sentía el centro del mundo. La gente me saludaba, aunque realmente en el estado en que estaba no podía entender muy bien qué decían. En aquel momento, todos, conocidos o no, eran mis amigos y yo me sentía realmente popular.

El tiempo pasaba y la sensación era la misma. Mi cuerpo se sentía cansado, pero no era capaz de parar. Tenía mucha sed, estaba bañado en sudor, pero no me importaba nada. Lo único que me interesaba era bailar y bailar sin parar con mi nueva “novia”. De repente ella me tomó del brazo y me llevó donde un muchacho que estaba parado en la puerta de los baños. “¿Qué ruedas tiene? –preguntó confiada-. ¿Tiene Shell?”. El muchacho asintió. “¿Cuánto cuesta?”, preguntó ella. Él se metió una mano en el bolsillo y sacó una bolsa llena de pastillas, tomó dos o tres se las dio y dijo: “Son $45 mil, por ser vos Juliana”. Ella las cogió y volvió a la pista jalándome por la mano. Llamó a un amigo, le dio una de las pepas, se comió la otra y a mí me dio media más, que no sé ni por qué acepté.

La fiesta continuó y mi grado de inconciencia era cada vez peor, no percibía prácticamente nada de lo que pasa a mi alrededor, veía a mis amigos saltar de un lado a otro sin parar, mi acompañante estaba cerca de mi, abrazándome jalándome de un lado a otro, por lo visto no me quería abandonar ni un minuto.

Como a las tres y treinta de la mañana la música paró de un momento a otro. En un principio sin explicación alguna. Me acerque con Juliana donde un amigo para preguntar que pasaba. El con cara de susto me respondió: -la tomba-. Mi amiga asustada, pero no más que yo, me dijo tranquilo debe ser sólo para pedir documentos.

En ese momento mil cosas pasaron por mi cabeza ya, que, mis documentos eran falsos. Tenía una angustia extraña, por un lado sentía miedo de la policía, pero por otro, sentía rabia porque la fiesta no continuaba, eran una especie de sentimientos encontrados, era como una pelea entre mi parte cuerda, y mi locura momentánea y desenfrenada.




Ya habían pasado como veinte minutos y no se veía nada, ni un sólo policía, ni un sólo hombre de seguridad, solamente los alocados asistentes que desesperados se movían de un lado a otro con un euforia que ahora si podía entender.

Ésta euforia era desesperante, mis manos sudaban, mi cuerpo se movía solo, al son de un Chispun Chispun, que sólo existía en mi imaginación, ya que el recinto continuaba en silencio.

Después de pasada una hora aproximadamente, las cosas volvieron a su normalidad, por suerte nada había pasado ya que en Colombia no hay nada que una buena platica no pueda arreglar. De un momento a otro el "beat", volvió a invadir el lugar y la locura extraña los asistentes. De nuevo las caras eufóricas, el baile desenfrenado, y mi popularidad momentánea.


Bailamos y bailamos sin parar hasta que de un momento a otro la música fue desapareciendo. La fiesta había terminado. Las puertas se abrieron y los rayos del sol invadieron el lugar. Eran las siete de la mañana y una tristeza inexplicable se apoderó de mí. Tenía ganas de llorar, no entendía la razón por la cual todo había terminado tan pronto.

Nos montamos al carro y cada cual para su casa. Llegué a la mía y la angustia volvió. Me tomé un vaso de agua y me metí a la cama, pero no pude dormir. Un cansancio grandísimo invadía mi cuerpo y algo que podríamos llamar guayabo moral llenaba mi mente: Di vueltas sin lograr conciliar el sueño y me di cuenta que lo que había hecho podía tener consecuencias graves en mi vida, que las drogas no eran un juego y que son muchos los que terminan siendo consumidos por ellas.


Texto agregado el 30-09-2004, y leído por 560 visitantes. (1 voto)


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