Toda sonrisa de agua niega el mar
como el viento a un barco de velas
negando que todo rumbo se convierta en norte
cada uno de los intentos golpeará nuestras maderas
abandonándonos en las playas de la desolación,
estrellándonos ola tras ola con las aristas de los metales
que forjan día a día los destinos materiales.

Por que un corazón rojo que se aparta del azul
siempre le dará la espalda a la aventura de los mares
silenciando los discursos de las complicidades enlazadas tras las pupilas
para caer silenciosamente en el eco de las palmas vacías
que también negaran el sonido de las caracolas
como Ulises amarrado entre el canto y la seducción.

La madrugada de las golondrinas huye del sol
para escapar de los secretos de las renuncias
olvidando que al hablar de frente
no se traiciona nada
y que a un pez no se le debe sacar del agua.

Por eso prefiero una amiga de gustos compartidos
no para enloquecer bajo la melodía de las sirenas
sino para conversar lo simple de la llovizna
para contar lo que se vio de bello y de triste de la tarde
de los anhelos esperados y del esfuerzo inocente del cansancio.

Cada vez más me gustan las calles desiertas
los charcos de agua y los senderos
por donde la cadencia de las ruedas se abre a nuevos horizontes
recostarme sobre un pasto verde
mientras observo un cielo a punto de llorar
para reír al lado de quien no espera nada
solo que tu estés allí.

El tiempo determina las distancias como los susurros las cercanías
Intento no mirar los abismos de los huérfanos
para que las imágenes no reboten en los ecos de la soledad
que a veces se tornan implacables bajo un silencio ensordecedor.

Hay veces que me detengo en cada esquina
hay veces que llevo mis pasos a tocar las aguas del mar
hay veces que tropiezo hasta con las nubes
y caigo con la consciencia del gato
que sabe que aún le quedan vidas y ruedas para girar
que aún quedan playas y senderos
que todo cumple su ciclo como las mareas
aunque neguemos sus oceanos y su mar.