La azucena se marchitaba,
sus pétalos disueltos
danzaban como bailarines,
sus aromas se colaban
entre los juncos que la albergaban.
Era una flor incomprendida,
negada, olvidada sin el jardín
donde sería muy feliz de ser protagonista,
pero su madre regó sus semillas
entre los juncos, junto a otras plantas
que la dañaron.
Flor sin esperanza que danza
para rociar la tierra con su panza,
dejando a su prole en los rincones
donde crece la mala yerba,
allí, en un lugar abandonado
sin más jardín que su vuelo terrenal,
su baile que la deshoja trasplantando
sus bellos pétalos en tierra árida.
El viento compañero de su tristeza
le cantaba una canción de cuna,
del jardín de aceituna lleno de polen,
ella sentía su voz, y sus lágrimas fluían,
sabía que sus pétalos y semillas
quedaría siempre entre los juncos,
acompañados por su amigo el viento,
domesticados por la danza eterna.
MARÍA DEL ROSARIO ALESSANDRINI.
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