Cuando la inmobiliaria “la espada flamígera” la blandió- la espada, me refiero- el único pecado del que pudimos hacer memoria (mi mujer y yo) era el habernos retrasado en el pago de las cuatro últimas cuotas de la hipoteca y haber omitido otras tantas. Y eso que ya lo venían avisando con el nombrecito; pero se nos saltó la historia bíblica y, sin haber aprovechado del árbol de la ciencia ni su sombra, nos vimos en la calle de la noche a la mañana.
Era navidad- recuerdo. La gente vagaba contenta a nuestro derredor. Suerte que somos jóvenes- le dije. Y era cierto. Éramos dos pobres pero con sentido del humor. Por nochebuena nos colamos en una residencia de ancianos en la que acogían gente solitaria aquella noche. Pero en el “espace” hacía un frío que pelaba. Aquella tarde-la de nochebuena-, sin embargo, se me ocurrió una idea. Merced a la cual pasamos una navidad bastante feliz. Que no fue otra que la de aparcarlo- el Renault space- en los bajos de unos grandes almacenes. Y justo enfrente de una salida de ventilación, que expelía un chorro de aire caliente. Pero no solo de calor vive el hombre, aunque ayude bastante- todo hay que decirlo.
Y otra vez camino del sur. En el sur estaba garantizado, al menos, el calor.
Aire limpio, trabajo sano. Allí, en mitad de la nada, nadie te podía mandar a cualquier otro lado. Bien pensado- le decía a Aurora- nos habían expulsado de todos los sitios para reubicarnos en el edén. Nos empleamos de temporeros. Después de la vendimia nos pasábamos a la naranja y luego a la aceituna. De haber tenido hijos aquello no hubiera sido posible. Hay que ver lo que hace la compañía- le decía, siempre con mis filosofías. Además podías comer toda la fruta que te diera la gana. Allí no había restricciones, ni límites de ningún tipo. Eso sí el asueto estaba proscrito. Era como un paraíso terrenal pero del revés.