Este es un texto antiguo; lo repongo para disfrazar que hace ya algunos meses que no escribo prácticamente nada.
Sentado frente al ordenador, sin presentirlo, oigo una voz interna que pronuncia con portentosa claridad mi nombre; la escucho una, dos, hasta tres veces; parece tu voz, que desde la profundidad de tu sueño me llama, o acaso es mi imaginación la que divaga al borde del cansancio, pretendiendo que tu voz me ha llamado.
Esta noche quieta, solitaria, es muy fría, y transcurre ajena a todo esto que me turba, que me inquieta. ¿Duermes en el lecho de nuestra habitación, olvidada de que este mundo existe, de que existo yo, o será verdad que sueñas conmigo, que me llamas, que tu subconsciente necesita de mí?
Tan simple como soy, no logro colegir el alcance real de este momento único. Tú duermes, pero juro que te he escuchado nombrarme, con fuerza, con ansia, quizás con deseo.
El sonido de un automóvil envuelto en notas musicales, irrumpe la quietud de la noche. La música flota etérea, fugaz, y se pierde en la lejanía segundos después.
No lo pienso más; en un santiamén me pongo el pijama y camino directo a la cama donde duermes; me deslizo suavemente entre las sábanas para no despertarte y me abrazo a tu cintura acurrucándome en tu espalda; pareces percibirme, porque emites un leve quejido que pareciera una risa. Cierro lo ojos con fuerza y permanezco muy quieto escuchando tu respiración acompasada; me siento confiado como un niño, ante la cálida tibieza de tu cuerpo. La certeza de sentirme feliz me atrapa en ese instante, aunque tú no lo sepas, porque permaneces en ese mundo mágico, que es el mundo de los sueños. ¿Sabes una cosa?... Te amo...
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