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A las cuatro de la tarde entraba de guardia. Hoy me sentía bien, después de mucho tiempo me sentía bien. Me puse a hacer un asado. A mis hijos y a mi mujer les encantaba. Yo había estado un tiempo angustiado. Un problema de salud. Así le decía la psiquiatría, un problema de salud. El tema es que en el lapso de unos meses la angustia como un pseudópodo se había ido instalando en mi alma y me había quitado las ganas de seguir. Empecé a tomar antidepresivos. Ahora me volvía a sentir bien. Mis hijos corrían alrededor mientras yo acomodaba la carne en la parrilla y mi mujer me miraba apoyada en el marco de la puerta y me decía:
-Qué lindo verte bien de nuevo.
El asado es el momento familiar que más amo. Mis hijos sentados, ansiosos, sonrientes, la ensalada de lechuga y tomate con los anillos de cebolla, la gaseosa, los platos blancos, mi mujer acomodando algo a último momento y yo llegando con la tabla llena de carne sabrosa. Tiempo para charlar, bromear, reír.
A las cuatro entré de guardia. Me apasiona mí profesión. La medicina, el amor al prójimo, el hacer algo por el paciente que padece, que le duele, que desespera es para mí muy gratificante. En mis días de angustia, de mayor angustia, debo confesar que lo que me mantuvo en pie, con ganas de seguir, fue el trabajo, mi labor como médico.
Ese domingo atendí pacientes con angina, bronquitis, una señora con erisipela. Después me pasaron una atención en un barrio de la zona sur. Las Flores e Iriondo, esas eran las calles. El motivo de consulta era cefalea. Era una villa. Un barrio pesado. Lo que más me gusta es meterme en las villas a atender pacientes. Sí, es peligroso, puede que lo sea, pero a mí me gusta. Yo no soy la Madre Teresa de Calcuta, ni Favaloro, ni Ghandi, y no sé por qué realmente me gusta meterme en las villas, pero me meto. Una vez una paciente me dijo: ningún médico quiere meterse en el barrio, pero tenemos derecho a enfermarnos. Me conmovió. Mi prima me dice tienen derecho a enfermarse pero vos no tenés que por qué arriesgar tu vida. Mi prima tiene razón, pero a mí no me importa, yo me meto, y hasta ahora nunca me pasó nada. La gente de la villa me cuida el auto, me acompaña, me tratan bien, y yo me meto porque tengo ganas, en primer lugar porque tengo ganas.
Cuando estaba llegando al domicilio vi a mitad de cuadra un montón de gente, parecían vecinos, había pibes, algunos niños. Me hicieron señas para que me detuviera.
-Acá es, acá es- me dijo alguien.
Agarré el maletín y bajé del auto. Apenas puse un pie afuera del auto un tipo se me acercó y me dijo: -al hijo de la señora le pegaron un balazo. Recién, acá en la vereda, pero ella no sabe que murió-. Miré el suelo y había un halo rojo de sangre. Gente alrededor.
Vino otra mujer, me dijo que era una sobrina, que la señora sufría de la presión y del corazón. Tenía miedo de que tuviera un infarto.
Entré a la casa, había mucha gente también ahí. Vi un florero con rosas de plástico sobre la mesa. El piso no tenía mosaicos. Las paredes eran de un color naranja triste. Había un cuadro de Cristo y un rosario de caracoles colgando de él. La hija me hizo pasar a la pieza. Humedad en las paredes, una cortina deslucida cubriendo la ventana. Ahí estaba la señora. Pelo corto, morena, con una remera verde y unos pantalones azules. Descalza y sentada sobre la cama. No estaba alterada. Estaba callada, quieta, sumergida en un mutismo. Le pregunté qué le pasaba. Me dijo que le dolía la cabeza. Fue seca pero no despectiva en la respuesta. Le tomé la presión. Estaba bien. Ausculté su corazón, estaba un poco acelerado pero con ritmo regular, nada raro. Ausculté sus pulmones. Buena entrada de aire.
-Señora…- le dije.
Le apoyé la mano en el hombro. Yo no sabía que decirle.
-¿Me quiere contar algo?- le pregunté.
-No, quiero descansar- dijo.
Me senté a su lado en la cama.
La hija me preguntó si la presión estaba bien. Le dije que sí, que el corazón latía bien, que estaba en buen estado de salud.
-Le puede dar algo para dormir- dijo la hija.
Le comenté que le podía dejar un lorazepam. Que se lo podía tomar cuando quisiera.
Entonces le dije: -señora, cualquier cosa me vuelve a llamar. Me voy a retirar.
Me incorporé, me sacudí los pantalones con las manos, salí de la habitación, se me acercó la hija, otra mujer, y un hombre. Les dije que la mujer estaba bien de salud, que no tenía alterados sus signos vitales. El hombre me dijo:
- Le vamos a decir que su hijo murió. ¿Puede quedarse?
Lo pensé, segundos eternos.
-Está bien- dije.
Fuimos a la pieza. La señora buscaba algo en un cajón. Nos pusimos junto a ella.
-Mamá, tengo algo para decirte- dijo la hija.
-Sí, ya sé, tu hermano está muerto- dijo la señora y le empezó a temblar el labio inferior.
-Sí, mamá.
La señora gimió. Un gemido desde las tripas, como si se le desgarrara el estómago. Y me abrazó. No abrazó a su hija, al hombre, a la otra mujer. Me abrazó a mí. Sentí su cuerpo pesado contra el mío, sus brazos alrededor de mi tronco. Lloraba, sin consuelo, como una niña. Espasmos. Sentí la boca en mi hombro, los labios y después los dientes. Me mordió, fuerte, sentí el dolor lacerante entrarme hasta los huevos. Pero la dejé hacer. El dolor me hizo inclinarme un poco, y ella se quedó con los dientes cerrados sobre mi hombro por unos segundos. Después se desprendió de mí y se tiró boca abajo sobre la cama. Me dolía mucho el hombro. Me lo toqué con la mano. Miré por debajo de la chaqueta, vi una marca roja, un hematoma. Pero no dije nada. Me senté en la cama. Las rodillas separadas, los codos sobre las piernas, mis manos sosteniendo mi cabeza pesada. La señora lloraba a mi lado. La hija lloraba también. El hombre se fue y la mujer se quedó apoyada en el marco de la puerta.
La tristeza me cayó encima como un chaparrón. Me quedé ahí, sentado junto a esa mujer destruida. Respetuoso del silencio porque quebrarlo hubiera sido un acto impúdico. La mujer no se murió de un infarto ni de un derrame cerebral. Simplemente lloró y lloró. Yo hice lo que tenía que hacer, lo que podía a esas alturas hacer. Mi presencia por algún sentido inescrutable le daba esperanzas a esa mujer y a todos los otros, eso hice, quedarme, quedarme un rato muy largo, hasta que la tristeza se mezclara con la resignación y aflorara la calma.







Texto agregado el 05-12-2019, y leído por 89 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
22-12-2019 Gracias. Es un relato que emociona. mialmaserena
05-12-2019 Describes el tipo de Médico que cada día es más raro encontrar. Felicidades. Bosquimano
 
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