Era una hermosa tarde del principio de primavera. El aire tibio de la mañana invitaba a pasear por los senderos del parque público donde me encontraba, el Parque Lezama, uno de los más lindos espacios verdes de Buenos Aires.
Me dirigía a la cancha de Boca, como casi todos los domingos. Hoy tenemos un partido chivo y no puedo faltar.
A medida que avanzaba escuché comentarios de gente que circulaba en sentido contrario
– Está loco, dijo una mujer
– Seguramente está borracho, o peor: drogado, dijo otro...
– Un delirante, comentó un señor que caminaba apoyándose en un bastón
– Viene seguido y siempre hace lo mismo dijo un joven a su hijo
Seguí avanzando y me encontré con un señor que, sentado en un banco, discutía acaloradamente, aunque estaba solo.
La gente se ubicaba a cierta distancia y lo observaba divertida. Algunos jóvenes, con esa insolencia propia de los adolescentes, lo remedaban divertidos.
Dos policías que circulaban en bicicleta, detuvieron su marcha al ver la aglomeración de gente. Observaron la situación y luego de algunos minutos se retiraron sin intervenir, juzgando que la situación no representaba peligro alguno para nadie.
Me acerqué curioso. En el banco, sentado se encontraba un hombre mayor, tal vez de más de 70 años. Estaba aseado y bien vestido. Hablaba acaloradamente durante algunos minutos y luego detenía su discurso y ponía atención, como si su interlocutor imaginario rebatiera sus argumentos.
A esa distancia no entendía lo que decía, así que me acerqué. Se expresaba en un idioma que no reconocí. Cuando notó mi presencia interrumpió su charla. Me observó detenidamente y luego hizo un comentario –seguramente sobre mí- al interlocutor imaginario en su extraño idioma. Pareció poner atención a la respuesta, que le causó gracia y luego dejó de prestarme atención y volvió a su conversación.
Ahora hablaba más tranquilamente y cuando escuchaba movía alternativamente la cabeza, como aprobando o no las respuestas que recibía.
De repente una idea cruzó mi cerebro como un rayo. Una idea tan atronadora y enceguecedora como un rayo.
¿Y si el personaje imaginario no lo fuera?
¿Si fuera tan solo que yo y el resto de nosotros no lo vemos, aunque es real?
Entonces en ese caso ¿quién sería el loco?, ¿quien estaría alucinando?
Me sentí abrumado por esta duda y espantado por la sola posibilidad de que hubiera otra realidad dentro de nuestra realidad, sólo que la mayoría de nosotros no la percibe y ni siquiera la sospecha.
¿Acaso la física moderna no concibe un universo con 12 o más dimensiones?
Y asimismo, algunos científicos describen a nuestro universo como una serie de posibles universos paralelos mutuamente inobservables, excepto que a veces –como en este caso- es posible tener un atisbo de otro universo.
Sentí de repente una inmensa consideración por el loco. Lentamente y en silencio, me alejé de allí, con un sentimiento de respeto.
Y entonces mientras caminaba, tuve otra visión aterradora: ¿sería posible que encerremos en manicomios, por considerarlos locos, a gente que tiene la capacidad mutante de observar realidades de otros universos?
Esto ya era demasiado. Mi cerebro parecía entrar en ebullición con todo esto.
Mejor lo olvido y voy a la cancha. Hoy tenemos un partido chivo.
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