En la desbordada incertidumbre,
las emociones se tragan la razón.
El medido ritmo de la habitualidad
se rompe por los latidos del corazón.
Tímida la dormida alma se intimida
sobrepasada en ahogada respiración.


En el lastimero quejido de lo perdido,
el momento se lanza lejos al pasado,
se le ha abierto la puerta a la poesía,
reclamando ese recuerdo extraviado.
Huye cadenciosa con algo de locura
desde su silenciosa reclusión oscura.


Dorados hilos para tejer la burda manta,
del brillante lenguaje de locas emociones
que arroparán con abrigadoras palabras
las entumecidas y muertas sensaciones.
Es la hora de destrozar la compostura
para recubrir la desnudez de roja textura.


Es la hora de soltar por solo un instante
las ataduras del rutinario momento fiel.
Es la hora de hacer el tiempo constante
para salir huyendo lejos más allá de la piel.
Es hora de ser noche hasta el nuevo amanecer.


Es hora de las blancas alas emplumar
para alzar el alucinante vuelo placentero.
Es la hora que con la brisa fresca ascender
a torso desnudo y luego de cuerpo entero,
sin precipitarnos delicadamente descender.


La voz del cantor desangra el canto sublime.
La búsqueda, el reencuentro y la cegada huida,
vienen danzando de más allá del comienzo.
El callado cortejo de la respiración con la vida.
Círculo cíclico trazado en un destino confuso.


Que alivia el dolor de estar vivo.
Que calma la insaciable sed de fantasía.
Que se toma por asalto la cruda realidad,
más veces atormentada por la agonía
que descansa adormecida en la alegría.