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Apareció en los primeros días de diciembre. Nunca nos contó desde que mundo perdido había llegado a nuestro barrio. Muy humilde, su ropa gastada, contaba historia de años y muchos dueños. Llevaba barba de varios días y una tristeza en sus ojos oscuros que miraban con miedo.
Se metió en un rancho, cerca del bañado, donde varios, como él; vivían o sobrevivían a la suerte.
A nuestras madres no le gustaba su presencia. Nos apretaban la mano cuando él pasaba. Sabedor del miedo que despertaba su figura, caminaba por la calle de tierra, nunca en las veredas, para no recibir un portazo o un baldazo de agua.
A veces se sentaba en la plaza y con los puchos se armaba un cigarrillo y allí, fumando, quedaba mirando la ruta, como si esperara algo o tal vez soñara con partir hasta un paraíso que sólo él conocía.
Los chicos más audaces se le acercaban y le hacían preguntas. Así nos enteramos que se llamaba José. Había sido tornero en una fábrica de Bernal, hasta que un accidente le inmovilizó la mano derecha. No tenía familia. Decía que amaba la libertad, por eso era vagabundo, no pedía, ni debía nada.

Una tarde nos habíamos reunidos varios chicos a jugar a la pelota, el asfalto era un potrero que nos hacía soñar que éramos Maradona corriendo tras la de cuero; en un potrero de Villa Fiorito. De pronto, un coche dobló en la esquina a gran velocidad, todos nos hicimos a un lado, todos, menos Santiago que era el más chico y el más lento. No sabemos de donde apareció José. Abrazó a Santiago en el aire y se tiró al piso, el auto lo golpeó y se alejo rápidamente. Salvó a Santiago de una muerte segura. Él quedó en el piso y con varias costillas rotas. Un vecino lo cargó en su camioneta y lo llevó al hospital.

El 24 de diciembre, todos los chicos del barrio, lo fuimos a visitar, llevábamos Pan Dulce y turrones para festejar con él. Entramos en una fila silenciosa al hospital. Santiaguito encabezaba el grupo, que le llevaba de regalo una camisa.
No lo encontramos. Nos dijeron las enfermeras que se había ido muy temprano. Corrimos al bañado, no estaba, ni rastros de su presencia quedaba en el rancho. Preguntamos a dos vagabundos que mateaban bajo un sauce, nos miraron extrañados; no lo conocían. “Nunca lo vimos”, fue la respuesta. Se había desvanecido. Se fue de la misma forma que llegó, sin levantar el polvo de la calle.
Nunca más volvió. Entre los pibes corrió la leyenda de que nos había visitado un ángel, ¿Quién sabe? Dicen que en tiempos de Navidad suceden milagros, seguramente él lo fue.

Texto agregado el 02-12-2019, y leído por 119 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
12-12-2019 Me encantó este cuento navideño. Seguro que el protagonista era un ángel.Saludos. Clorinda
02-12-2019 Me gustó mucho tu cuento mágico. Bien narrado y despierta sentimientos tristes, a la vez esperanzadores. ***** Antonela80
 
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