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"Veamos, le dijo, cual es el significado del tiempo para ti. Qué implica el paso de los segundos, de los minutos, horas, días, semanas, meses, años. ¿Qué puedes hacer ahora, que no puedas negar a futuro; qué haces ahora que no sigas haciéndolo después. Es tan importante tu vida, es tan relevante la existencia de uno?. Vamos, dilo" espetó.
Estaba arrinconada y temerosa.
Algo le dijo que no debía haber caminado por ese sitio oscuro, pero trató de hacerlo lo más rápido que pudo. O mejor dicho si hubiera dado grandes zancadas hubiera avanzado. Pero contra su voluntad iba a pequeños pasitos, de tal forma que sus extremidades sin control, no le permitían caminar como ella quería.
Se desplazaba, inquieta, mirando hacia los costados y girando de cuando en cuando para descubrir que no había nadie siguiéndola y con la cabeza gacha.
Pero avanzar midiendo el terreno con sus huellas era casi como retroceder y dejar que la callejuela se transformara en un enorme pasillo, de longitud irremontable.
Así estaba arrinconada, casi perdida, y en la espesa noche le parecía que estaba detenida, sumergida en una cárcel generada por sus temores y su corazón le decía que lo estaba y así como generaba una fuerza para avanzar una similar la atajaba.
No quería mirar hacia atrás.
Algo le decía, le soplaba al oído, la refrenaba como si llevara una cola entre las piernas y un escalofrío le recorría el cuerpo.
De repente apareció el hombre, quien la sujetó fuerte.
Se sintió perturbada con aquellas palabras; hubiera preferido que la violentara en el momento, pero decirle todo aquello era algo que no le cabía en la mente; sentía temor ante la andanada de frases que poco comprendía.
Tampoco entendió cuando sintió el veloz filo del arma en su cuello. Pensó en retrucarle algo, pero el atragantamiento de la sangre que brotaba a borbotones, le impidió hablar. Sólo lo pensó y fue lo último que pasó por su mente.
En verdad, su cerebro, recuperó una frase estúpida: “Proyección, quien lo dice lo es”. Obviamente, no recordó donde ni cuando la había escuchado y si hubiera estado en su sano juicio se habría reído, pero apareció como un letrero caminero en su cerebro:
“Quien lo dice lo es”; eso fue todo, en eso se resumía, se consumía su vida. No hubo tiempo de manipular fórmulas sagradas, llamar a santos patronos. Nada comprendió y nada pudo hacer para dominar sus últimas manifestaciones intelectuales. “Quien lo dice lo es”, pensó y se sumergió en un sueño profundo.
El hombre, siguió su marcha dejando una nueva víctima, perpleja, tiesa, embobada, inconsciente, durmiente, y turulata como la mayor parte de los seres, absurdos, como él mismo.

Texto agregado el 26-11-2019, y leído por 117 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
26-11-2019 wow.. una historia muy perturbadora. sheisan
 
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