Una noche en Chacotla de RGG
¡Me sorprendió la noche en el pueblo de Chacotla! Llegar a tiempo a la parada del autobús es mi necesidad. Si deseo lograrlo tengo que cruzar el cementerio. Es un camino transitado en el día y de ausencias en la oscuridad. Se reconoce por el árbol de pirul y el reflejo de las veladoras. El dinero obtenido me servirá para comprar víveres y pañales. Le doy mi respeto a los muertos, pero más miedo me da ser asaltado por los vivos. ¡No queda mucho tiempo!
Llegué a este pueblo, porque alguien me lo recomendó: “en Chacotla se dan mucho los reumas”, son gente trabajadora, siembran alfalfa y tienen dos o tres vacas lecheras y se han ocupado en hacer cremas y quesos. A cada paso que doy el viento filoso y frío me enfrenta. Las casas están cerradas y sólo abren las puertas para salir o para entrar. Siempre hay viento, polvo y miríadas de moscas.
Ya crucé el pirul. Me adentro entre las tumbas Con este silencio puedo oír mis pasos y el pulso de mis sienes. Mis ojos siguen fijos el camino. El dinero lo repartí: una parte en mis calcetines, otra en mi cartera, y una pequeña, dentro del maletín donde guardo las medicinas. ¡Tengo entumidas hasta las orejas!
A la mitad del camino percibí pequeños pasos que sonaron detrás de los míos; venciendo mi temor doy la vuelta y hay una cortina oscura y el resplandor lejano de una veladora. Seguí caminando con prisa, y la levedad de las pisadas también. —Me paro y no las escucho—. Apresuré más el paso. Mi pulso tiembla y salta, un escalofrío repta desde el cuello hasta los pies. A lo lejos vislumbraba el farol solitario, que es el sitio donde hay que esperar el autobús. Cuando comprendí que el reflejo era lo suficientemente intenso para distinguir, me di la vuelta y no vi nada; pero al bajar la mirada, me tranquilicé, había un perro de lunares negros que movía con indecisión la cola. Me reí de mi temor y de mi estupidez; después, movía la cabeza y me seguía riendo.
Recargada en el poste, una señora de chal negro me miró de reojo.
—Buenas noches —le dije.
—Buenas sean para usted.
— ¿No ha pasado el autobús?
—Creo que no. Ya tengo rato y no llega. Oiga…
—Sí
— ¿A poco se vino por el cementerio?
—Sí, ¿usted cree?
— ¿No tuvo miedo?
—Un poquito
Se quedó en silencio cómo pensando y me preguntó:
—¿No le salió un perro?
Le iba a contestar, pero llegó el camión. Abordamos. La señora se acomodó cerca de la puerta. Intrigado por lo del perro, me acerqué. Insistió en saber si me había encontrado un perro corriente y con manchas negras. Le dije que sí.
Se levantó de su asiento. Pidió que la dejaran en la siguiente parada, y se acercó a mi oído y me dijo: es que el perro anda en pena.
—Entonces ¿mataron al dueño del perro?
—No. El dueño salvó su vida y se fue. A quien mataron fue al perro. Yo creo que busca a su amo… |