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Inicio / Cuenteros Locales / Chiro / Susurros en el piso 23

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Ni siquiera pudieron conseguir la autorizacion para subir a la terraza. Desde ahí hubieran podido contemplar el espectáculo como nadie. En vez de eso, tuvieron que conformarse con los pequeños rectángulos de las ventanas, donde el panorama era bastante reducido y mediocre. Se sentían idiotas, especialmente Daniel, quien estaba convencido de que allá afuera hubiera podido disfrutar de la vista más hermosa que podía regalarle la naturaleza. Para colmo, la tolerancia de su jefe duró sólo diez minutos, y ya. Después lo vieron impartiendo órdenes a diestra y siniestra para que cada empleado regrasara de inmediato a su escritorio de trabajo.

Pensaba mucho en Leticia. Cada minuto que pasaba ella se volvía más y más presente. El miedo se apoderó de Daniel cuando imaginó que, en cualquier instante, ella podía aparecer en algún pasillo de la oficina, o que, de repente, lo llamaría por la espalda de una manera sutil y luego le soltaría un reproche. Aún así, prefirió cerrar los ojos y seguir fantaseando con todas aquellas frases bonitas que ahora se le ocurrían y que le hubiera gustado susurrar, en ese mismo momento, en los oídos de Leticia.

Antes de abrir los ojos, Daniel esperaba encontrarse con el mundo que había abandonado para gastar breves instantes de ensoñación. Había una foto de Leticia pegada en la pantalla del ordenador. Más allá crecía una planta en su maceta, y más allá había un pasillo entre muchos escritorios donde los empleados se permitían mover levemente la cabeza. Sin embargo, nada de eso encontró Danial cuando resgresó al mundo real. En torno suyo ahora había una niebla, muy poco densa todavía, a través de la cual se podía ver a los demás empleados juntando a toda velocidad sus pertencias. Daniel pensó en la foto de Leticia.

Bajó por las escaleras, y mientras lo hacía pensaba en alguna hipótesis, sin imaginar que al llegar a la calle esa hipótesis se vería ampliamente confirmada. La nube, era la nube, que descendía poco a poco sobre ellos. Era tan real como los jets de combate que de repente zurcaron una porción de cielo y que las personas alrededor de Daniel eran incapaces de ver. Incluido su jefe, que tenía el habano de siempre colgando en los labios.

Mientras Daniel corría hacia la avenida Dorotea Funnig, se escuchó en toda la ciudad la primera explosión, tras la cual apareció, en lo alto, una gran llamarada. Los jets habían comenzado el ataque. Algunas personas elevaron sus puños al cielo en señal de que aprobaban las hostilidades. Pero Daniel siguió corriendo hacia el apartamento de Leticia. Aguzó los sentidos porque comprendió que sería imposible ver cualquier edificio a la distancia. Una mole de treinta pisos era presa fácil para una nube tan heterodoxa. Los estruendos seguían llegando desde el frente. Las personas escapaban de ellos pero algunos chocaron contra Daniel, que corría en dirección opuesta. Todos querían salvar sus vidas y ese muchacho la arriesgaba. Un policía intentó detenerle el paso, pero era tan gordo que Daniel lo esquivó con un solo movimiento. Con esa agitación llegó al edificio donde vivía Leticia.

Todavía seguía bajando gente por las escaleras. Los ascensores no funcionaban. Leticia vivía en el piso 23. Ufff. Antes de hacer cualquier cosa, Daniel comprendió que era necesario actuar con lucidez. De otra manera el piso 10 sería su doloroso límite. Ya en en el segundo piso se cruzó con una familia que descendía junto a su perro labrador. Lo miraron asombrados, igual que la gente en la calle. En el piso 15 descansó, también en el 20. Faltaban sólo 3 pisos, y llegaría. Y llegó.

La puerta estaba abierta. Buena señal. Leticia ahora estaria en la calle, corriendo junto a las demás personas para ponerse a salvo. Era bueno imaginarla así, a salvo. No supo por qué, pero Daniel sintió muchos deseos de acariciarle el pelo, las mejillas, darle un beso suave, lento, un beso que le expresara todo aquello que él sentía por ella. Tanto amor.

Piso 23. Los flecos de la nube no se detenían, ya comenzaban a ingresar por las ventanas. Sobre el mueble donde Leticia tenía su maquillaje junto a otros accesorios femeninos, estaban los retratos. En uno hacía calor, pero ese calor ya no le pertenecía a Daniel ni a nadie. Lo supo al instante. Leticia había tomado esa decisión, por esa razón el retrato debía quedarse en ese mismo lugar.

Ahora que Leticia estaba a salvo, había que darse prisa, porque la nube ya estaba cubriéndolo todo. El camino de regreso estaba en la mente de Daniel. Había tomado la precausión de memorizarlo para no perder segundos valiosos e indispensables. La puerta estaba abierta cuando las turbinas de los jets comenzaron a rugir cada vez mas cerca y con tanta intensidad que Daniel tuvo que taparse los oidos. Entonces sintió la explosión que lo arrojó hacia atrás y lo dejó atrapado, con la puerta sellada. Un zumbido espantoso se alojó en sus oídos. Entre la polvareda vio sus manos tratando de volver a la normalidad, tanteando objetos que parecían lámparas, sillones, mesas, una puerta cerrada. Poco después la nube ya lo cubría todo, haciendo desaparecer hasta las manos. La puerta estaba sellada. La explosión había ocasionado muchísimo daño. También en la respiración de Daniel, que se hacía cada vez mas dificultoda minuto a minuto. Cuando comenzaba a perder las esperanzas, escuchó un crujir de bisagras, mientras las manos reaparecieron, dejándose agarrar por otras manos, manos que lo sorprendieron aunque lo guiaran hacia una voz, hacía unos labios muy dulces, labios que ahora comenzaban a susurrarle a Daniel reproches, tan suaves y hermosos reproches, que no comprendió cómo había bajado 23 pisos tan rápido.

Texto agregado el 25-11-2019, y leído por 132 visitantes. (1 voto)


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