Carlos Sainz Vázquez de Castro, “Carletes”, el automovilista español, en Mc Laren, al momento de escribir estas líneas, se encontraba de paso en España, entre una carrera y otra del circuito de la siempre competitiva Fórmula 1.
Solo tenía un breve descanso y ya debía prepararse para una nueva carrera. Ocurrió en aquellos días que Carlos Moyá, el gran tenista español, celebró una fiesta en la ciudad de Málaga. Carletes concurrió, aunque sabía que por sus obligaciones debía de cuidarse mucho, y por eso estuvo muy medido a la hora de tomar alcohol. Donde no se puso límite alguno fue en el consumo de Quesos, le encantaba el Queso, y empezó a comer mucho Queso, de diferentes tipos y variedades. En las fiestas de Carlos Moyá siempre había mucho Queso, además de que muchos invitados, la mayoría, se llamaban Carlos.
- ¡Sois como un ratoncillo comiendo el Queso! ¡No parais nunca! ¡Vale que esta no es una carrera de Fórmula 1!
A Carlos aquel comentario le llamó la atención, se vio vuelta, era la modelo Blanca Padilla, que estaba frente a el, bastante más alta que él, en la realidad medía solo dos centímetros más, pero con los tacos, le llevaba como una cabeza.
- ¡Blanca Padilla! – exclamó Carletes.
- ¿Cómo os va? ¿Os llaman Carletes verdad? Es que todos los invitados se llaman Carlos, los hombres claro, je, je.
- Sí, las fiestas de Carlos Moyá suelen tener esas cosas, ja, ja. El único no Carlos es Rafael Nadal, me parece, que anda por allí, ah no, hay otros dos, Iker Casillas y Sergio Ramos.
- Iker debería ser un Carlos, ja, ja. Os admiro mucho Carletes, representáis bien a España en la Fórmula 1.
- Gracias, gracias – dijo Carlos – tu también eres una gran modelo.
- ¿Sabeis una cosa, Carletes? En menos de una hora debo estar en Granada. ¿Qué tal si me llevais en vuestro auto, Carletes? Solo un corredor de Fórmula 1 puede cubrir esa distancia (132 km) en ese tiempo.
- ¿Hablais en serio?
- Por supuesto, Carletes. Y os pago lo que sea, Carletes. Llevadme.
Aunque todos sus íntimos le llamaban “Carletes”, a Carlos Sainz no le hizo ninguna gracia que la modelo repitiera todo el tiempo aquel apodo, le parecía que le estaba tomando el pelo. De todas formas, accedió al pedido de Blanca, era una excusa para irse temprano de la fiesta, no quería abusar demasiado.
- Dicen que viene su majestad el Rey Felipe – le dijo Carlos.
- Me importa un bledo Carletes, llevadme a Granada, yo soy republicana. ¡Viva la República!
- Venga, a Granada entonces.
Salieron de la fiesta y se metieron en el auto, Carlos se puso los guantes, y puso sus manos en el volante. La modelo observó los pies del conductor y le llamó la atención.
- Que pies grandes que teneis para vuestra altura, Carletes.
- Sí, calzo 46. Es increíble, cuando comencé en la Fórmula 1, calzaba 42, el tamaño lógico para mi altura, pero aumento un número por año, sí sigo así voy a calzar más que el baloncestista, mi tocayo, Carlos Suarez. Ya no se que hacer. Le llaman “el Síndrome de los Carlos”, porque aunque parezca mentira, solo afecta a quienes nos llamamos así.
- Qué cosa rara – dijo la modelo.
- Yo lo empecé a sufrir después de una visita a la Isla Nublar.
- ¿La de Parque Jurásico, Carletes?
- Sí. Pero no hablemos más, a Granada, niña, ¿No debías estar en menos de hora?
- Pues sí, Carletes.
El corredor arrancó, y efectivamente, ayudado por el poco tránsito de aquella hora, en apenas treinta y cinco minutos, Carlos recorrió una distancia de normalmente lleva una hora y cuarenta minutos. Ya estaban en el centro de Granada.
- ¡Maravilloso Carletes! ¡Os merecéis un premio! ¡Venid a mi apartamento!
Carlos aceptó la invitación de Blanca, y minutos despues ya estaban en el apartamento, la modelo no notó que Carlos bajó una gran mochila, y la llevó consigo, totalmente despreocupada, se tiró a la cama y le dijo al automovilista:
- Quiero oler esos pies tan grandes que tenéis, Carletes.
- Mira que huelen muy fuerte, es Queso puro. Soy Quesón. Por eso me gusta tanto el Queso. Soy un Carlos.
- Venga, Carletes, venga, pero así, quiero que sigas vestido con esa ropa, de automovilista, cógeme de esa manera.
El automovilista sonrió, y puso sus pies encima del rostro de Blanca, que empezó a olerlos, lamerlos, besarlos y chuparlos. El olor era muy fuerte, la modelo quedó como extasiada, y entonces Carlos se tiró encima de ella, y cogieron con gran intensidad, mucho sexo, en forma apasionada, dieron vuelta el lugar. Dicen que desde la época de los reyes moros no había sexo tan intenso en la ciudad de Granada.
- Que disfrute Carletes. Eres un motor sexual. Como los de vuestros automóviles.
- Muchas gracias, espero que disfrutéis de esto. Con esta carrera merezco un podio. Hay que festejarlo.
- ¿Un podio, Carletes?
Carlos, que siempre permaneció con guantes negros mientras jugaron a los pies y tuvieron sexo, agarró de su mochila, una gran botella de champagne y un Queso, también de colosal tamaño. La botella era muy grande.
- Como os gusta el Queso, Carletes.
- Me encanta. Tomadlo.
Carlos le tiró el Queso a Blanca, mientras seguía fastidiado por la insistencia de la modelo de llamarlo “Carletes”. El Queso cayó sobre la modelo.
- Ja, ja, jugáis con el Queso, Carletes – le dijo Blanca.
- Sí, pero ahora celebraremos con esta botella de champagne.
El automovilista levantó la botella de champagne y la golpeó a la modelo con la misma, la contusión fue total, el golpe dejó groggy a la modelo, la botella se rompió en muchos pedazos, pero con uno de ellos, Carlos se acercó a la modelo, conmocionada por el botellazo y semi perdida, y le cortó el cuello, la herida fue muy profunda, la modelo quedó moribunda, tirada en su cama, Carlos la dio vuelta, y le metio un cable de gasolina en el culo, colgándola sobre un mueble, dejándola empalada, ahora sí, sin ningún signo vital.
- Queso – dijo entonces Carlos Sainz mientras tomaba el Queso y lo arrojaba sobre el cadáver de la modelo.
- Aquí teneis lo que os ha hecho Carletes – dijo el automovilista asesino, contemplando el cadáver de su víctima, que parecía acostumbrado a cometer aquellos asesinatos, y este parecía ser uno más, en una extensa de víctimas, algunas figuras conocidas, y otras no tanto.
Al día siguiente, con total impunidad, Carletes ya estaba otra vez en Madrid, hablando con la prensa y preparándose para una nueva competencia de la Fórmula 1.
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