Retrocedí.
Me corté, otra vez.
Cumplí su expectativa interna supongo. Nunca lo dijo sí, pero creo que lo esperaba.
Yo no lo esperaba.
Vi la tijera, la presioné muy fuerte y me corté.
Nunca lo había dicho así tan abiertamente. A nadie.
Me corté, en el baño, otra vez.
Como cuando era niño, con los recambios de las hojas de afeitar, en los dedos pulgares de las manos.
O como cuando era adolescente, con el vaso quebrado y la voz de mi mamá en mi cabeza gritando porque ya no le quedaban vasos que combinaran con su juego de loza.
Me corté.
Escribo dolido.
El corte hirió lo invisible que estaba construyendo, y me recordó que soy real.
Esa autoestima tan falsa.
Esos gritos, esa luz apagada, esos puntitos de luz que veo todos los días, esas voces que escucho antes y después de dormir, esas canciones que resuenan fuerte en mis oídos y que se callan cuando abro los ojos, esas alergias descomunales, esa neuralgia al trigémino, las crisis de pánico, esta existencia tan agotadora, este sacrificio por dormir o no dormir tanto.
Mi sonrisa mentirosa.
El corazón roto.
Mi cerebro descuidado y echado a perder.
Me corté. Otra vez.
Disculpa. Prometo no volverlo a hacer.
|