*El amor nunca nos deja... Solo cambia de forma*
Saliendo una noche me perdí en la oscuridad de mis pensamientos, rogué aprender de mí misma, de mis propias experiencias, pero dolían tanto que cerré los ojos para no mirarme, no era tristeza por lo que existió pues no borraría esas sonrisas y buenos momentos; era dolor por haberme quedado en ese vacío.
En un paraje del camino pude notar algo de brillo un hermoso diente de león florecido en su máximo esplendor, rígido, con garbo, esponjado y lleno de pequeñas pelusas, sin cortarlo, me arrodillé y luego de contemplarlo, soplé… volaron al viento esporas de luz lentamente se fue iluminando el espacio.
Apareció ante mis ojos un ancho camino, andando sin prisa, escuché las hojas caer, la brisa susurrar y mi cabello suelto se empezó a despeinar haciéndome cosquillas sobre el rostro,
mientras avanzaba se fue angostando el horizonte, y al final divisé una sombra que parecía extender su mano hacía mi, estando más cerca lo vi, extrañamente su silueta humana no me asustaba, tuve la sensación de conocerlo desde mucho tiempo atrás, cuando llegué, vi sus grandes ojos fijos en los míos, sus brazos me rodearon y con un fuerte apretón me sacudió, su pecho brillaba, no dijo nada, pero su calidez y fulgor empezaron a contagiarme, con sutileza abrió mi pecho, y el resplandor fue entrando igualmente en mí, y fundidos en un solo destello, empezamos a elevarnos…
De repente él me soltó y en caída libre mientras su voz me decía adiós, caí de nuevo en mi cama y abrí mis ojos, pude reconocerlo a mi lado dormido, aunque no era igual físicamente, pude sentir en el silencio sus fuertes latidos, con un pequeño rastro escarchado sobre su piel, me recosté sobre su pecho y sonriendo volví a dormir.
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