Hemos declarado festivos y alborozados
nuestra jornada de puertas abiertas,
un tiempo de despertar para el sueño,
para celebrar una libertad condicionada,
una fantasía vestida de merecida rebeldía,
que sin duda nos librará de la opresión
y dará rienda suelta a nuestra voluntad.
O tal vez no.
Celebramos nuestro moderno vuelo de Ícaro,
íntimo encuentro con nuestro ego perdido,
una voluntad prefabricada y febril
para cada uno de nuestros nuevos deseos,
pero ciertamente ese preclaro camino
que nos llevará hacia nosotros mismos
no será jamás sinceramente trazado
por aquel que no se atreve a mirarnos a los ojos
y ya nos quiere tratar de tú;
un nuevo mundo pensado solo para ti,
porque tú lo mereces.
O tal o vez sí.
Nos reeducaron para la libertad,
dejamos atrás el vetusto modelo prusiano
para abrazar serviles una renovada causa
tan propia como ajena, pero solo nuestra,
un dubio dogma fantaseado de doxa,
una creencia disfrazada, impuesta,
delineada a nuestra espalda
como nuestro particular regalo troyano,
ese temible fin que justifica todos los medios,
esa su libertad que nos hará libres,
aun sin saber bien de qué o de quién.
Y ya confusos con nuestra clarividencia,
nuestra percepción del mundo
se revela en un quietismo atrevido,
una fe proverbial que nos convence,
aunque nada comprensible nos diga,
una fe astuciosa que nos distancia
de nuestra propia esencia, de nosotros
y nos convida a adorar sus falsos mitos,
una ficción prometedora,
una salvación garantizada.
Y sería un buen tiempo para sembrar la duda,
para después, inquietos, recoger las respuestas,
pero han esterilizado nuestra mente
y nuestro aséptico discernimiento se solemniza,
entre aquella mancomunada rebeldía
y una angustiante incapacidad de acción
que nos confunde, nos engaña, nos inutiliza
aniquila anticipadamente nuestro sueño nonato
con una visionaria profecía desesperante y eficaz:
Busca la libertad y conviértete
en el cautivo de tus propios deseos.
O tal vez no...
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