Extracto de la carta de un amado a su amada.

“…Los segundos, las horas, los días, las semanas, los meses y los años no son tan tediosos así como los enumero aquí, sino que iluminan y dibujan lo que somos tu y yo. Lo que es uno para la otra.
El paso del tiempo juntos no miente, y no oculta nada. Lo masculino y femenino de que estamos hechos nosotros, vuelven a mostrar que lo eterno es algo efímero, porque esta eternidad está hecha de días que eran para conocernos de verdad, para descubrirnos todavía, aún más, cuando creímos que lo único que nos quedaba era morir juntos. Por eso hago un culto a tus manos, que jóvenes y maduras, tienen la piel arrugada por el detergente casero; y fruncidas ellas están por el agua tibia de la ducha, o por ese trabajo que te daba la dignidad que siempre soñé imitar o repetir, señora mía. Porque el tiempo nos habla tan sencillo y vivido sobre nosotros, no haciendo falta explicar nuestros cinco años juntos, nuestros veinte años volviendo al mismo lugar donde vivimos y moriremos.
En esto se parecen las salas de clases de una universidad que enseña lo verdadero, y no muestra formulas viejas sin colores; se parecen dije con la cama donde estamos contentos, durmiendo, roncando o simplemente moviéndonos como dos espíritus sin cuerpo, o como dos cuerpos todavía con instintos. En eso se parecen la cama donde estamos y las cátedras de los grandes profesores que algunos llaman maestros; así como es maestra esta vida del amor también, y es una academia gratuita por donde corre sangre en sus venas únicas y verdaderas.
A esta nuestra convivencia la llamamos libertad, sin guardar pareceres divergentes, no hay nada que guardar. Solamente respirando este aire eterno que es tan dulce y vivo. Este aire compartido que empuja y espanta la soledad. Solamente así me doy cuenta que sigo vivo, debido al milagro de sentir dolor y alegría a tu lado, mi amor.
Pero con tus manos, cualquiera de ellas, me gustan apretar mis facciones. Contar tus dedos desde el meñique al pulgar, que a veces son seis y a veces son cuatro. Besar a estas prolongaciones tuyas porque son únicas, como únicos en ti son tus cambios de decires y pareceres. Una mujer de verdad siempre tiene manos que reciben o demuestran los gestos del afecto. Las manos hablan de la felicidad del espíritu que las mueven. Tus manos que forman tu cuerpo me dicen todos los días mi nombre y el dueño de tu cariño. Ellas me cuentan que estas triste o feliz. Tus manos son lo único que me pueden proteger de este mundo polvoriento y seco…”