La muerte, enfundada en su gran capa negra, se acerca a un desgarbado perro atado a un poste.
Hola ¿Cómo te llamas?
Lucky. Responde el perro.
¿Quieres venir conmigo? Pregunta la Muerte.
No. Estoy esperando a mi amo. Responde el famélico animal.
El no va a venir. Dice la muerte con certeza.
Vendrá, siempre viene responde el perro, y agrega; él es bueno, me da agua. A veces me comparte de su propia comida.
La muerte lo mira, luego pregunta:
¿Por qué estás amarrado?
Porque soy un perro malo. Estaba suelto, pero cuando se fue mi amo arañé la puerta, me escabullí al interior de la casa y me comí un zapato.
La muerte esboza una sonrisa en su cadavérico rostro. Casi puede advertirse ternura en la cuenca negra de sus ojos. Tras quedar un rato en silencio, agrega;
Anda, ven conmigo. Adónde voy no te faltará el agua ni el alimento, correrás libre y lo más importante; te demostraré que estás equivocado, que tú eres un perro bueno.
Al escuchar lo anterior el perro evalúa su amarga existencia, y accede.
La muerte entonces lo enviste con una bella capa negra, que calza cual si estuviera hecha a medida, luego se van.
***
Esa misma tarde en un basurero, a las afueras de la ciudad, agoniza un perro vago. Lucky, ataviado con su nueva capa negra, se acerca, y le dice:
Hola ¿Quieres venir conmigo? Adónde voy hay un prado inmenso, un lago repleto de aves que cantan. Todo es paz y belleza. Allá nos sobra el alimento.
El moribundo animal hace un esfuerzo por alzar su cabeza, lo mira esperanzado, y con su último aliento balbucea; Qué bueno eres
M.D |