La cosa se había puesto negra, y se le había puesto tan negra que ya no veía entre tanta "negritud" el camino hacia donde ella tenía que avanzar. Y es que a cada paso que daba Lourdes, acontecía una tragedia que generaba gastos, deudas, problemas y demás.

Alguien le había robado la suerte o de un descuido la había olvidado en algún lugar. Tan mala era su situación que ya no imploraba el regreso de su fortuna, se conformaba con invocar el regreso de su vida habitual sin la suerte que algún día le caracterizó pero también sin la negatividad que ahora traía.

De acuerdo con algunos vecinos y familiares, alguien le había echado la brujería encima, le habían hecho mal de ojo o le habían rociado sal negra en su casa, todos los síntomas apuntaban a lo mismo, no había lugar donde no provocara un caos con su propia presencia.

Lo peor es que sólo recuerda el día en que al tratar de levantarse de la cama a primera hora del día, intentaba bajar el primer pie cuando la cama tronó y la dejó con la pierna estirada al ras del piso, de ahí no pasó día en que no le ocurriera algo que retara la cotidianeidad y la monotonía a la que se había expuesto en los últimos 10 años de su vida laboral: la vez que por alguna razón se le atoró la liga del calzón en el asiento de la colectiva, o la vez que en el tianguis tiró el enlonado del puesto de garnachas dejando a todos oliendo a manteca.

Tal era la suerte de Lourdes, que de unos meses para acá se transformó en el peligro de todos. Hasta el accidente que había tenido el vecino taxista luego de llevarla al trabajo, ya contaba dentro de su historial de “sorter oscurus”, así le había dicho una vieja bruja en el parque, ella había sido contagiada de esas palabras, y eso no se quitaría hasta que se hiciera la limpia exacta con la persona ideal, palabras que ignoró de momento pero que con el paso de los días tomaron gran importancia en su vida.

En breve Lourdes estaba en la búsqueda de la mejor bruja de la ciudad, chamanes, tarotistas, lectoras de café y otras mancias se hicieron presentes, pero no fue hasta que un hombre le recomendó que fuera a visitar a la Madame del Loto para que le hiciera la limpia que ella andaba buscando.

Por la mañana, la mujer llena de fe, se encaminó hacia donde le dijeron, llevaba una veladora blanca, una gallina negra y un ramo de hierbas que el viejo le había aconsejado llevar con la bruja para que le atendiera de inmediato, sin embargo a medio camino la gallina se le chispó de un aleteo, y en plena huida se fue a estampar en el parabrisas de un auto en movimiento, lo que provocó la ceguera del chofer y un accidente carambólico, afortunadamente sin muertes humanas que lamentar (porqué la gallina no se salvó).

De Lourdes nadie supo, apenas había visto lo de la gallina y se alejó para que la culpa no fuera a recaer sobre ella, siguió su camino, ahora más que nunca tenía que llegar al consultorio esotérico de la Madame del Loto. Al llegar fue recibida de inmediato, la madame ya estaba esperándola, desde que la vio comprendió la gravedad y atención urgente que requería su clienta…

Tras hablar con ella, la adivina, describió cada uno de los sucesos que habían marcado la negra suerte que perseguía a Lourdes, los ojos de la mujer condenada, mostraban el interés, la sorpresa de que su interlocutora supiera todo, y tras revelar la situación, comenzó a hablar sobre la cura, los días de vigilia, el retiro espiritual que necesitaba y la “reconfiguración cósmica”, cuando de un momento a otro, la Madame del Loto miró hacia arriba y cual humo de incienso dejó escapar un grito que tuvo eco de espina, se agarró el pecho y sin decir más, su cuerpo comenzó a entiesarse. Unos segundos después, la adivina había muerto.