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No hay que darle de comer.
Ya sé cómo es
ese pequeño gremlin oscuro,
lo que hace y cómo se pone
pero, aun así, dejo que se alimente
-a veces-
de mis restos,
de lo que se me cae
por la comisura hacia el suelo
y ni veo.
No tengo fuerzas para agarrarlo
del pescuezo y decirle que NO
ni se te ocurra,
que bastante lío me organizaste la última,
ya no me quedan ganas
de volver a empezar de nuevo.
Pero lo hace; la lía parda.
Alguien se deja la puerta entreabierta
y se cuela reptando hacia mis pies,
se alimenta de migajas
hasta doblar su tamaño;
entonces clava sus uñas y trepa.
Destroza mi espalda al subir,
un camino de sangre y herida abierta
hasta la chepa.
Desde ahí susurra su mierda
que cae al pozo como piedra en fango perdida
y germina brotando los hijos del miedo.
Llegada a ese punto
sólo quiero hallar la forma
de colocarle un bozal y hacer que se calle.
Pero no lo hace; muerde fuerte y arranca el pedazo.
Pero tal vez el rumor de las olas,
tal vez el caminar lento y cansado,
tal vez las risas ajenas que buscan la propia,
tal vez la caricia sin prisa,
tal vez el sueño huido,
tal vez la música a deshoras,
tal vez las manos viajeras...
encuentren la forma de silenciarlo |
Texto agregado el 09-11-2019, y leído por 68
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