Llegué temprano a casa. Mi hijo me había dicho que traería a un compañero de escuela a ejecutar una tarea. Mi esposo estaba fuera de la ciudad. Dejé mi bolsa sobre la mesa y me dirigí al dormitorio. Oí ruidos extraños. Me acerqué sigilosa y, descubrí que el compañero de mi hijo, un joven moreno, pelo rizado estaba sentado en el retrete con los pantalones abajo y masturbándose. Tenía en una de sus manos mis bragas y en la otra su pene rosado y gordo. Me detuve en seco, muda por la impresión. Él no paró. Yo no hablé. Miraba su extasío. Deformó su cara y gimió. Salió el semen pringándome el cuello. Se percató de mi presencia y atropelladamente quiso subirse los pantalones. No lo dejé. Tomé su pene y la acaricié sin vergüenza. Era en ese momento un dios y yo le besaba. Escuché los pasos de mi hijo que subía la escalera y el momento se rompió. Salió apresurado y yo estupefacta; no dando crédito a lo que había hecho…