La costumbre del silencio,
se volvía a instalar
tapizando de frío los instantes.
Ecos de temblores
diluídos en ideas,
sensaciones y sueños,
de regreso a los rincones
para oxidar los pasos
y oxidar las noches nuevas.

Extraviado,
las huellas se volvían a apagar.
Perdí todas tus luces,
y con ellas la esperanza
de alcanzar tu existencia entre mis dedos.
Afiebradas intenciones,
recorrían las calles solitarias.
Un grito sin palabras,
construí una historia en cada paso
para vivirla en el giro de la esquina más cercana.

Me escuchaste.
A pesar de no pronunciar el conjuro.
Existencia pausada,
sonrisa en claroscuro
el infinito en un instante.
La piel se vuelve líquido,
para fundirse en la eternidad de un segundo.

Temblamos.
Volvimos a aprender a respirar.