- Aló, buenas tardes, se encuentra Abelardo Lutz.
- Sí, con él- dijo y se incorporó rápidamente en su asiento. Retiró los pies que tenía apoyados en la mesa atestada de papeles y pensó “un cliente”; movió rápidamente los pies dando pequeños zapateos con sus tacos, mientras hablaba y trataba de expresar tranquilidad, a pesar de que la ansiedad lo consumía, pues los negocios no habían estado muy bien últimamente.
Quería elegir muy bien sus palabras y producir un tono de voz bien modulado, profundo, como el de quienes fuman pipa, sereno, que diera seguridad a quien escuchaba al otro lado de la línea telefónica.
Su interlocutor se notaba nervioso.
El sabía reconocer que ese era un rasgo característico de quienes quieren contratar a un investigador para que los persiga, fotografíe y al final, les de un informe completo sobre sus paseos, con imágenes desde los más diversos ángulos y videos de lo que hacía un día cualquiera o mejor aún un registro de varias semanas, condensadas en un par de horas, donde se reflejaran sus gestos, modo de caminar, expresiones corporales, los cambios favorables que producían ciertas vestimentas y colores y por cierto también las negativos.
El tono, la indecisión con que se manifestaba su cliente le era más que familiar e inmediatamente recordó un par de casos similares a éste que se le habían presentado. Porque mientras esperaba que el otro dijera algo tuvo tiempo para recrear investigaciones anteriores.
Sabía que quien había tomado la decisión de llamar no se iría así como así y de repente le dijo “lo escucho” y no le sorprendió que el hombre que lo había llamado no dijera palabra alguna, lo cual delataba indecisión, falta de atrevimiento y ya lo podía ver, una suerte de estancamiento mental producido por un estado ansioso. Así, tras las primeras palabras, que de seguro pensó mucho, sólo balbuceaba frases a entrecortadas a media voz, susurrantes, inentendibles, pues seguramente no tenía pensado lo que podría decir después al investigador privado, a un tipo a quien no conocía y que se le figuraba lejano, mítico.
Lutz, pasaba lista a otros clientes que lo habían contactado, quienes lo habían llamado tras conocer “su número a través de un amigo”, “por un aviso de un diario” o -bien tras el clásico-“lo vi en un reportaje de televisión”.
Miró hacia un costado y observó detenidamente un rústico mueble lleno de archivadores caratulados, cada uno de ellos, con nombres de diferentes personas.
- “Hable, lo escucho”, lo alentó y la voz balbuceó algo. Se notaba que le costaba trabajo expresar lo que pretendía. Abelardo, se levantó, cogió un informe y leyó lo que decía: “Buenas tardes, habla Lutz investigador privado, usted necesita mis servicios”- dijo con soltura.
- Sí- leyó y escuchó a la vez.
“Quiere que lo siga, lo filme, lo fotografíe en diferentes situaciones, con amigos, amigas, me interne en su intimidad y le haga llegar un dossier (“¿de dónde saqué esta palabra”, que le daba consistencia a su discurso, pensaba) con fotos de frente, de perfil, incluso los retratos más desagradables de ver.
Esto fue lo que había pedido el último cliente.
Sí algo así quiero-dijo la voz- ¿Cuánto costará seguirme y hacer lo que dijo?
-“Bueno, eso depende del tiempo que dure mi intervención, la tecnología que ocupe, la clase de registros que usted requiera, Depende de si desea fotografías, video, audio, intervenciones telefónicas, de correos electrónicos que instale cámaras en su hogar, trabajo y lo observe a cada momento”.
-“El informe escrito, es un elemento indispensable y yo sé ser certero. No piense que seré adulador, expondré lo que observe y registraré mis impresiones y obviamente entregaré a usted uno y el otro quedará en mi poder”, leyó.
Continuó con la lectura: “Se trata de un registro que guardo por si usted lo pierde, tengo todo archivado, de acuerdo a la última tecnología de digitalización. Así, si usted pierde su informe y quisiera obtener una copia, acá la tendrá, porque ha de saber que a veces los clientes los pierden, los tiran, destruyen o quizás qué hacen con ellos o no dan crédito a lo que tienen y quieren obtener una nueva copia, volver a tenerlo en sus manos ante sus ojos, revisar imágenes. Algunos desean que les entregue los registros fotográficos para sacar nuevas copias en otros laboratorios donde puedan aparecer más claros, más perfilados, más delgados. Pero yo no recomiendo en verdad llegar a tales extremos, pues le digo que lo que yo entrego es un material que se ajusta a la realidad de la persona que me toca seguir”.
-“Algunos, después de mi trabajo llegan a realizarse cambios faciales, realizan dietas, modifican su vestuario, aprender a caminar más rectos, reestructuran su manera de pensar, la forma de hablar, de entonar, realizan ejercicios y son por decirlo, otras personas. Y entonces vuelven a recordarse, regresan a lo que fueron y lo que son en realidad o pueden en potenciar volver a ser si se descuidan, porque si hay algo que he aprendido es que el esfuerzo constante es como estirar un elástico que en cualquier momento, por desgaste puede cortarse”.
“Pero hay quienes les gusta mirarse por nostalgia, porque sus cambios fueron muy radicales e incluso lloran por lo que fueron. Otros miran los registros y se sienten curados sanados, no pueden creer cómo se proyectaban al mundo. Y otros vienen porque no dan crédito a que en un momento de su vida pudieron llegar a necesitar una medicina como ésta, como dijo alguna vez un cliente”.
“Algunos, créame, eran poetas, filosofaban sobre la vida a partir de sí mismos y escribían, pero luego de una cirugía o cambios de conducta que aliviaron sus pesares como ya le he dicho, no volvieron a hacerlo, extinguiéndose la visión crítica y aparecieron muchos dando vueltas por ahí renacidos, relamidos, verdaderos dandys recuperando el tiempo perdido”.
“Pero, al cabo de unos años quisieron volver atrás, pero ya era tarde y sus ideas se habían acabado y habían sido formuladas por otros. En fin, puedo decir que hay de todo”.
“No se si lo aburro con lo que le dije, pero debo darle a conocer todo lo necesario para que esté enterado cómo funciona el negocio”.
“No se preocupe, lo tomo- y Lutz sonrió tapándose la boca al leer y escuchar la respuesta.
“Ahá, qué bien; dígame usted cuándo comenzamos. Debe darme su dirección, el lugar donde trabaja, los lugares que frecuenta. Por lo general mis clientes no quieren tener contacto directo conmigo, pero si me conocen, me disfrazo. Esto, le da más realismo al seguimiento y el cliente se siente observado, hasta acosado, he visto a algunos que incluso me confundían con el chofer de la micro y manifiestan en toda su expresión sus rostros, miradas, gestos de indecisión. Porque he de decirle que todos tenemos más de una faz y usted lo podrá ver. Algunas le gustarán y de otras renegará e incluso no se reconocerá porque hay rostros indefinidos, que cambian y se muestran a veces tersos y otras contraídos. Algunos en pocas semanas sufren cambios tan fuertes que yo no los puedo reconocer y cuesta en verdad creer que se trata de la misma persona. En fin, usted verá por sí mismo que esto es complicado”.
Sobre su escritorio, Abelardo tenía un conjunto de espejos con los que obtenía diferentes imágenes de sí mismo. Algunos le devolvían un semblante juvenil y en otros aparecían gestos más obtusos, rudos, podía observar su nariz aguileña, las marcas de un rebelde acné juvenil y sus ojos cansados.
“Le aconsejo, que busque varios espejos, los ponga en una mesa y se mire en ellos. Ahí tendrá una primera aproximación a su rostro, pero sólo una primera impresión, pues los espejos nos engañan”.
“Ah, la tiene- leyó- cuánto mejor y continuó su lectura.
Al otro lado, el hombre relataba sus descubrimientos y de vez en cuando Abelardo le formulaba preguntas y leía las respuestas antes de escucharlas.
“Su caso me estimula y estoy dispuesto a hacerle un buen descuento”.
- "Muchas gracias"- le dijo la voz- quiero comenzar ahora mismo, vivo en calle Troalma, pasaje 7, trabajo en una empresa del centro, soy oficinista".
-“Su trabajo es poco grato, me imagino que no estará contento” y dio vuelta una nueva página.
- Bueno todos los días llego temprano mi jefe es exigente y debo llenar decenas de formularios cada día.
-“Bien, no me diga más pues todo lo que sea lo conoceré durante el trabajo, también lo que usted no conoce de sí. Captaré gestos que usted no considera como propios, su verdadera forma de moverse, de ser, pues si bien en las primeras semanas se cuidará finalmente terminará cediendo y descuidando mi observación. De alguna manera seré inmanente”.
- “Pero por favor,-leyó con el auricular pegado a la oreja- sea discreto, no quisiera que mis colegas se enteraran de esto.
- “No se preocupe, lo soy y hasta ahora he realizado muy buenos trabajos, no lo digo yo y si usted desconfía de mí puede colgar ahora mismo y se acaba todo esto- fingió cierto enojo.
-“No, no por favor no lo tome a mal”.
“Está llamando desde su ogar- leyó e inmediatamente corrigió el informe escribiendo una H- Mire,¿ puede ir mañana al banco y depositar el primer pago?. Mi número de cuenta es el 23462-5- leyó, pero inmediatamente alzó la voz y rectificó pues confiado demasiado en la lectura había olvidado que después del último cliente había cambiado de banco.
-“¿Cuánto es?”
- “Son 100.000 por la primera semana”
-“Veo, mañana las tendrá en el número que me dio, muchas gracias”
- “No gracias a usted por confiar en mí, sepa que no lo defraudaré”- y puso un acento.
Su ortografía no era de lo mejor.
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