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El mandato.


A veces no me queda mas remedio que apagar la luz para ver con claridad, y es en ese intento por sanar que recordé a mi padre diciendo reiteradamente “aborrezco la ostentación”.
Resultó ser que de tanto escucharlo terminé detestando también yo a la enorme legión de ostentadores, que podés decidir verlos o no, pero estar están. No se trata de riqueza no, se trata de poder. Hay personas poderosas que no hacen otra cosa mas que bregar por el bien común de las gentes, a ellos los excluyo de mi sentimiento hostil, pero no a quienes manejan cierto poder que lo llevan atado a ese sentimiento enfermo de andar por el mundo enrostrando logros con cierto desprecio hambriento que solo acepta ser alimentado de frustración ajena. De no ser porque producen daño sentiría pena por esas personas que solo revelan carencias, pero no piden perdón ni clemencia, solo pretenden aplastarnos con su obscena debilidad. Al diablo pues con ellas y con la compasión.

Un mandato es una huella que curiosamente se encuentra delante nuestro y no detrás, que sin siquiera pretender que la sigamos igual vamos y ponemos mansamente pisada sobre pisada . Mi crianza se basó en tres preceptos que rigieron mi formación, “austeridad, caridad y energía”, esa sería la huella con las que me las tendría que ver en la vida, huella de la que nunca pude salirme aunque lo haya intentado supongo que por rebeldía y no por otra cosa, ese mandato siempre me pareció sensato y por encima de cualquier otra pretensión humana, sentía además que estaba despojado de los intereses personales por parte de mis progenitores, cada vez que pensé en ellos me parecieron altruistas, también mis padres.

La ostentación entra sin escalas en conflicto con los dos primeros ejes del precepto, está tan reñida con la austeridad y la caridad que hace que sea sencillo identificar la contradicción y fijar posición de inmediato, pero la ostentación necesariamente comparte el tercer eje que es la energía. Y es ahí donde encuentro que la línea de desdibuja con facilidad, pues energía la hay y la habrá siempre por donde mires, nos la atribuimos todos pero en distintos grados y se nos presentará la necesidad de hacer uso de ella en diferentes oportunidades; concluyo entonces que esta no coincidencia es la que nos lleva y lo seguirá haciendo a vivir todo tipo de conflictos pues se terminará siempre chocando con cuestiones que van en sentido contrario, como la rigidez de pensamiento propia o de ambas partes, la parsimonia de unos y la urgencia de otros, las diferencias generacionales y cuantas razones queramos buscar que de seguro encontraremos.

Siempre he necesitado mantener los pensamientos en orden dentro del caos que me rodea, encontré que la mejor manera de hacerlo era dudar de todo y hacerme preguntas sin importar lo incómodas que fueran, de otro modo no podría tener el control de mis actos, y es en este punto que me voy a detener para poder contarles como llegué a lo que llegué.




En un viejo y amplio departamento del barrio de Balvanera se desarrollaba la habitual reunión semanal con asistencia perfecta de los nueve integrantes de una corporación corrupta que bajo la figura de una fundación se dedicaba al desvío de fondos y donaciones. La fachada de la organización estaba sostenida por tres notables, que valiéndose de su popular imagen salían a la pesca de contribuciones y auxilios materiales, el resto de los integrantes ponían su conocimiento y habilidades al servicio de la ingeniería, al armado delictivo donde destinaban parte de los ingresos a obras de interés social y el resto irían a parar a sus fétidas arcas. La reunión se repetía todos los miércoles a las seis de la tarde y solía extenderse hasta entrada la madrugada, normalmente pedían comida que obviamente era pagada con dinero de donaciones. Invariablemente y casi a la hora de concluir la cena llegaba la habitual compañía femenina que coronaba con placeres sexuales y lujuria la obligatoria y autoimpuesta reunión de trabajo.

Al principio me ganó la curiosidad, el caso es que cierto día me encontré que habiendo finalizado un tedioso trámite en la oficina de mi obra social que me permitiría el comienzo de un largo tratamiento que aliviaría mi artrosis me senté a tomar un café con leche en el bar de la esquina de Bartolomé Mitre y Junín con la intención de recuperarme un poco de la larga espera a la que fui sometido. Mientras engullía mi primera medialuna de manteca sumergida en la taza vi que parado en la puerta el edificio y frente a la ventana donde yo disfrutaba mi entremés estaba el famoso locutor radial a quien admiro desde siempre pero del que me abstengo en dar su nombre por prudencia y a la luz de los acontecimientos. Le pregunto al mozo, que resultó ser uno de los cinco dueños del barcito y del que con el tiempo nos fuimos haciendo buenos amigos, si el locutor vivía allí y me dijo que no, pero que todos los miércoles se reunía con otras dos celebridades de la tele, de las que tomé debida nota. El sabía por el portero del edificio que allí un grupo de empresarios y estos personajes mantenían reuniones dentro del marco de una fundación dedicada al rescate de gente en situación de riesgo, hambrientos, desalojados, inundados, etc. etc.
Debido a que cada miércoles debía asistir al sanatorio a tratar mi problema de salud me tomé la costumbre de ir al café del gallego Rolando, es que me sentía a gusto con la atmósfera que allí se respiraba, y siempre que pude ocupé la misma mesa con vista al edificio con la cholula esperanza de ver a estos personajes , cierta cuestión inofensiva despertaba mi curiosidad. Pero las cosas pasan en apariencia sin uno saberlo, aunque intuyo que algo muy dentro nuestro puede anticiparse a los sucesos, tal es así que terminé siendo partícipe necesario y testigo de primera mano del desafortunado hecho en que un hombre de aspecto sencillo e inofensivo comete un asesinato a sangre fría, aunque de fría esa sangre no tenía nada, muy por el contrario. Resultó ser que la víctima era uno de los que integraban la fundación en cuestión, este hombre acostumbraba jactarse de su bonhomía ayudando a los necesitados (obviamente con dinero de donaciones), pero como buen miserable tarde o temprano terminó mostrando los dientes y en muchos casos esos favores tendrían contraprestaciones, lo cierto es que una de las chicas que venían por la noche a alegrarles la velada a manera de compensación terminó siendo una de las rescatadas de su miseria por la fundación, de las que con cada sudestada solían recibir colchones nuevos, y si hiciera falta también cocina y heladera; pero lo que María mas valoraba era el trabajo de asistente escolar que el hombre le consiguió cerca de su casa en la zona sur de Buenos Aires, donde hacía tareas de limpieza. El deshonesto pedido de este personaje sumado al miedo de ella a perder toda potencial ayuda de su parte hicieron que las cosas se resolvieran favorablemente para el lado del poderoso, tan descarado era la apetito de este que en su desmesura consiguió que los días jueves ella tuviera franco en la escuelita y así poder sin límite de horario prostituirla para ellos las noches de los miércoles.
Ella, en su confusión entre lo que está bien y lo que no lo está entendió que así eran las cosas, sus cosas, que no tenía opción, en definitiva o la violaban esos hombres o la violaba su compañero que invariablemente regresaba borracho o a medio emborrachar cada día de la semana en que conseguía juntarse unos dineros haciendo changas como albañil o jardinero para pagar el alcohol, y en ese estado requería de María total sumisión sin entender razones, sin advertir él ningún tipo de dolor o sufrimiento humano que naciera de ella. La ignorancia, el alcohol y la pobreza lo abrazaban de tal manera que no le dejaban lugar a la percepción de la existencia del otro, se adueñaba de el una suerte de brutal egoísmo, y paralelamente a ella la invadía la profunda desazón de haber nacido mujer .

En uno de esos fatídicos miércoles nocturnos en que María acudía a la habitual cita junto a las otras chicas de las que desconozco respondían o no a las mismas motivaciones es que Manuel la siguió y las vio entrar al edificio, el era un hombre tosco pero no era tonto, las sospechas pronto tomaron cuerpo y sin decir palabra repitió la acción el siguiente miércoles y terminó por comprobar los hechos. Fue así como un jueves por la mañana María llega a su casa y fue recibida por Manuel quien cinto en mano la somete a un brutal castigo logrando que le confiese con lujo de detalles lo que ocurría en ese departamento.
Demás está decir que por un buen tiempo ella no asomó su cara por la ventana, la humillación a la que fue sometida la hacía sentir indigna de caminar erguida, los moretones, los dolores y la vergüenza anestesiaron todo vestigio de autoestima.

Durante dos miércoles frente a mi habitual mesa se sentó ese hombre de mediana edad que luego supe era Manuel, noté en el cierta perturbación cuando veía que entraba o salía gente del edificio, esa misma gente que de curiosa manera despertaba nuestro mutuo interés aunque por muy diferentes motivos. Cierto día el llegó y encontró que no quedaban mesas vacías, lo invité entonces a compartir la mía y darle secretamente la posibilidad de acceder a la vista que yo sabía lo desvelaba. Entre mi café con leche, mis medialunas y sus porrones de cervezas me fue poniendo al tanto de su pesar, envalentonado por el alcohol fue soltando los detalles mas tormentosos de la historia. La parte que no sabía María era que conocía al benefactor que se servía de sus favores sexuales, había sido su patrón en ocasión de haberse construido un edificio de seis pisos en el barrio de Palermo, lo conocía muy bien, ya había sido humillado por el. Clorindo Páez era ingeniero civil y visitaba la obra todos los días de lunes a viernes y los días sábado en que las tareas eran mas relajadas les hacía lavar el auto a Manuel y a uno de sus compañeros, por supuesto que formalmente no estaban obligados a hacerlo pero ¿quién se hubiera atrevido a negarse?. Demás está decir que el auto en cuestión era insoportablemente bonito, y que Manuel ni siquiera en sus sueños mas osados hubiera imaginado siquiera la posibilidad de sentarse en el. Clorindo que estaba a años luz de imaginar la pobreza de Manuel pretendió contentarlo con unas palmadas en la espalda a modo de agradecimiento por todo concepto, y en un intento vano por demostrar un rasgo de simpatía no tuvo mejor idea que decirle que si se esforzaba algún día el podría tener un auto como el de él, como si fuera posible acaso. Las humillantes palabras y la insolente soberbia de Clorindo le revolvieron las tripas de la misma forma en que un cucharón revolvía el guiso que lo esperaba en su casa para el almuerzo. El ingeniero volvió a su riqueza y el quedó masticando asco y el absurdo e inentendible destino de haber nacido pobre .
Es sabido que las distancias sociales entre seres humanos favorecen el desconocimiento de las motivaciones y desazones de unos y otros, de las miserias y virtudes de cada quien, de la abundancia y de las necesidades. Sabemos que las diferencias están, que existen pero no las conocemos en profundidad, y mucho menos nos involucramos.
Para Clorindo dar una palmada en la espalda a un empleado no era mas que buscar que su muchacho crea que el patrón lo había visualizado; pero para Manuel no era otra cosa que una humillación, en su sabiduría de pobre el entendía el sometimiento.
Lo que para el común de los mortales toda muestra o ejercicio de poder es ofensivo para otros no es mas que la naturalidad de los hechos, los poderosos se sientan en el poder y les es natural ejercerlo, casi no perciben la acción, aunque si perciben la inacción y corrigen sobre la marcha. Lo de María y el ingeniero fue para mi un ostentoso abuso de poder, pura ostentación de clase, y fue también para mi un punto de inflexión. Para Manuel básicamente era una cuestión de machismo herido, una ofensa a su condición de hombre, de varón, no alcanzaba a ver o a entender mas allá de su limitado entendimiento aturdido quizá mas por el alcohol que por su propia historia. Fue así como en el fragor de la conversación me vi en la obligación moral de alertarlo mas allá de su visión, colmé hasta lo insoportable su cabeza de entendimientos, de sentimientos que desbordaron su capacidad para soportar la realidad. Cerca del llanto y preso de ira se levantó abruptamente de la mesa en dirección a la entrada del edificio donde por esas caprichos del destino se estaba estacionando el taxi que trajo a Clorindo.
En los pocos segundos en que se desarrolló la acción una catarata de pensamientos me invadieron y en medio de ese caos dudé, dudé en haber obrado con sabiduría o si lo hice desde el empoderamiento que el intelecto me otorgó al permitirme utilizar al pobre y desdichado Manuel para ejercer lo que para mi era verdaderamente un acto de justicia, pero dictando sentencia sin mancharme las manos. Las dudas no cesaban y se montaban una sobre otra sin darme respiro, mientras el ingeniero herido de muerte por la certera cuchillada caía lentamente bañado en sangre sujetándose de los brazos de Manuel e intentando evitar lo inevitable me dije pretendiendo aliviar mi conciencia que era una cuestión entre esos dos hombres, que los hechos me eran ajenos, pero a la vez me satisfacía la idea de haber sido partícipe necesario y ver como mientras el mortalmente herido caía al hombrecito le brotaban lagrimas de satisfacción y alivio al sentir que la diferencias de clase se desvanecían, el Mercedes cambiaría de dueño, la María jamás volvería a caer en manos de este imbécil, ni de ningún otro se dijo.

En este inevitable encuentro la energía de uno y otro cruzaron su camino, la rebelión del manso y la ostentación del poderoso son avenidas que corren perpendiculares y se cruzan en infinitas esquinas sin límites de velocidad, y el eventual cruce de estas dos almas, de estos dos destinos en cualquiera de sus esquinas terminaría inevitablemente en fatalidad. La austeridad y la caridad podrían haber hecho la diferencia funcionando como rotondas, como reductores de velocidad, como semáforos, pero ante la ausencia de ambas cualidades la energía quedo sin controles y al acecho. En esta oportunidad se lleva dos nuevas víctimas, una descansa en paz bajo tierra y la otra lo hace entre barrotes pensando día tras día en su desdichada suerte y en la de su pobre María.


Texto agregado el 01-11-2019, y leído por 167 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
08-02-2020 Una historia impresionante. Me gustó leerte. Marcelo_Arrizabalaga
 
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