Absorbo con fruición el aire que respiro,
los aromas me invaden sin recato
mientras los días se desgranan por mis dedos
rebasando el límite que mis uñas les marcan
para caer al vacío en suicidio colectivo,
deshojando en su caída un almanaque que
me vigila desde la puerta de la heladera,
como un ojo impiadoso que marca mi tiempo.
Me refugio en mis letras,
con esa extraña sensación de que me exprimen íntegra
para deslumbrarme con su vida propia,
que brota de un interior aún en crecimiento,
a pesar de los años.
Vislumbro tras mis pestañas
cansadas de sostener lágrimas,
mejores sueños, mejores lugares, mejores personas,
entonces reconozco que eso ya lo tuve,
que cada momento vivido, cada persona, cada alegría
y cada dolor,
ya fueron cómplices necesarios de mis días pasados,
y también de mis días presentes,
ya cumplieron/ cumplen su rol en la historia de mi vida.
Mis pestañas húmedas,
se balancean entre lo luminoso y lo opaco,
entre la alegría y el dolor,
que marcaron y marcan mis días.
Pero así y todo agradezco a cada uno de ellos,
porque fueron/son parte de mi evolución espiritual,
de mi reconocerme náufraga de vida,
aferrada a una balsa imaginaria
que me sostiene sobre lo incierto.
Y aquí estoy, parada frente al viento,
oteando el mar de la vida, ignorando los naufragios
disfrutando la marea.
Sintiendo en cada instante que estoy viva,
sabiendo a cada instante que la muerte acecha
dándonos a cada uno el tiempo
necesario para asumir nuestros propios errores o aciertos,
llegando al fin al último puerto.
María Magdalena Gabetta- Nov. De 2019
|